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Mostrando entradas de 2023

Traer a la mente una y otra vez

Estuve en el XII Encuentro Canarias-América cuyo programa giraba en torno al Exilio republicano español. De esos temas ni idea, nunca he sido afecta ni a la historia ni a la política. Pero ahí estaba, acompañando a mi amiga que formaba parte del comité organizador. En la conferencia magistral, "Un pasado en guerra y exilio. Eduardo de Ontañón, entre el compromiso, el olvido la tercera España y la Memoria Democrática", impartida por Dr. Ignacio Fernández de Mata, aunque no sabía ni quién era ese Eduardo O. (ni me importaba) puse atención porque, a decir verdad, el Dr. Fernández había escrito muy bien su ponencia y la leía de manera impecable, como lo haría un locutor de radio entrenado (esos de antaño). Ya desde la inauguración, me había llamado la atención que algunos españoles (de familia republicana) estaban tocados emocionalmente, contenían las lágrimas, su cara se enrojecía. Qué cosas, pensé, pero si ya hace un rato que pasó eso y además se ve que les ha ido bien en la vi

Ya casi

Estoy desayunando, la puerta de la cocina que da al patio está abierta, un aire frío entra hasta el fondo, donde estoy sentada con mi café en la mano, casi puedo respirar en esa oleada de aire frío al sol. Sí, el aire trae esencia de solecito invernal. Las hojas del olivo apuntan hacia arriba como pequeños bracitos alzándose victoriosos. No ha llegado el colibrí que suele pasearse por las ramas de la lima, la que sí ha llegado a visitarme es la marea de calor que nace dentro de mí y va subiendo hacia mi rostro encendiéndolo, mi piel se humedece como si estuviera tendida en una playa bajo el rayo del sol (¿serán los veranos acumulados a lo largo de mi vida?). La Navidad se acerca, dos meses es poco ya. Otra oportunidad. Los años inmediatos a mis espaldas sugieren que quizá este año tampoco lo logre, pero lo intentaré.  Décadas atrás, cuando el frío anticipaba la promesa de la comunión, los regalos, la comida, los programas especiales de tv, las vacaciones, el olor de la ropa nueva, no h

Desde dónde se vive

El novio del hijo de una amiga que es esposa de un viejo amigo (21 años atrás lo conocí) inauguró su consultorio dental. Los invitados, jóvenes desde 22 a 28 años, llenaron el pequeño lugar. Unos hablaban de empezar una vida en otro lugar, otros del trabajo que recién han conseguido; mi amiga de mil proyectos y mucho sufrimiento que deja salir de vez en vez cada ocasión que la veo; mi amigo, de los breves años —un par quizá— que le quedan para jubilarse. Yo escucho y reflexiono sobre todo ello sin sentirme miembro de ningún bando. Qué raro, pienso. Primero me parece que de alguna manera todos siempre estamos empezando algo, sólo que algunos lo hacen desde un base con pocas experiencias (y por ende poco miedo, digamos) y otros con una base repleta de ellas, de modo que el porvenir adquiere otro matiz. Pero de que siempre estamos comenzando algo, que ni duda.  La memoria tiene un papel fundamental en cómo se proyecta el futuro: abriendo vida, en unos casos; cerrándola, en otros. Pasado y

Mi vida está cambiando

Recién acabé de entregar un ensayo, estaba estudiando, tomando notas sobre el siguiente tema de mi diplomado de la historia del arte. Escuchaba de fondo a Joji mezclado con los cuetes dedicados a San Antonio de Padua (según tengo entendido). Todavía suenan. El ambiente huele a perfume de mujer, alguna vecina usó demasiado después de tomar un baño. En mi nariz aún queda el olor a lavanda, cúrcuma y romero que crecen en un costado de mi garage. Hace calor. Me ha venido una sensación: mi mundo está cambiando. El cambio es algo que siempre sucede. La impermanencia es la regla, dicen los budistas. Todo está en movimiento, en transformación, en regeneración. Sí, sí, pero muchas veces se siente el estancamiento, la estabilidad, la predictibilidad. Hoy no. Creo que ayer o anteayer o el viernes pasó como hoy: una percepción ligera, algo así como una intuición de que mi mundo está cambiando. Creo que está bien, no, es más, lo anhelo. Respiro un poco más del perfume que se extiende por mi estudio

Todo va a estar bien, o no: el absurdo de la existencia humana

Llevo varios meses leyendo de a poquito "Vivir la lucidez" de Albert Camus. Para beneplácito o agobio de los que me siguen el Facebook, he estado compartiendo algunas citas, muchas de las cuales tiene que ver con lo que me ocupa en ese momento. Coincidencia o no, así ha sucedido. Hoy, al despertar, me encontré con varias citas de Emil Cioran que, al igual que Camus, trabaja el absurdo. No había leído nada de Cioran antes porque tiende a ser muy depresivo. Pero estos tiempos mi ánimo ha decaído algo y las preguntas por el sentido de la vida han vuelto a emerger, así que no es de extrañar —al menos para mí— que se hayan conjuntado Camus, Cioran y una película de Win Wenders ( Every Thing Will Be Fine , 2015). De modo que aquí estoy con un algo entre la boca del estómago y el centro del pecho (¿tiene nombre ese lugar?), tratando de poner orden a esto y dejarles algo para su propia reflexión, si tienen el ánimo para seguir leyendo. Me preguntaba hace unos días sobre el sentido de

Wear sunscreen, una elección razonable

Tengo calor, tengo una ampolla en el dedo chiquito del pie derecho (es que parece que ya no puedo usar zapatos… nunca brillaré en sociedad). Pero eso poco importa frente a mi desesperación: me siento un caso perdido; es que no sé qué hacer conmigo. Sé que este estado de auto-conmiseración a nadie importa, a nadie entretiene. Ofrezco mis disculpas por venir a ventilar lo que debería estar platicando con algún buen amigo, frente a una copa de vino tinto. O a falta de un buen amigo, un terapeuta. Pero no llego a mi terapia del lunes, así que aquí estoy. Estoy pensando cómo hacer de esto que me pasa, algo útil para alguien. ¿Quién soy yo? ¿Cuáles son mis credenciales? He hecho esto, he recibido aquello, he estado allá, aquí están "mis papeles"… ¿qué me da derecho a hablar, a opinar? ¿Qué talento tengo? Ya sé, ya sé (y se lo diría yo misma a cualquiera con absoluta certeza) que todos tenemos un don, todos importamos, todos valemos, todos sin excepción. Ya sé que no podemos depende

Bon Jovi, música llena de recuerdos

Era el tiempo en el que sonaba I’ll Be There For You de Bon Jovi, una canción que escuchaba una y otra vez. Se suponía que eran tiempos en los que las preocupaciones debían ser pocas. Juventud. Ingenuidad. El mundo entero por delante.  ¿Por qué me acuerdo de esos tiempos ahora? Una canción de Bon Jovi ha empezado a sonar mientras dormía. La guardia baja. Me desperté y vino el recuerdo.  Las amigas de mi hermana con la sala secuestrada han sacado mi disco y lo han puesto. Se saben la letra de la canción y la cantan a todo pulmón. Yo me siento hecha a un lado, ni siquiera me atrevo a mirarlas.  He dejado que me “roben” la canción. Después de ese día ya no la sentiré mía. Será de ellas, de ese momento de expropiación al que le siguió aquel accidente que me obligaba a subir al metro y viajar desde Taxqueña a  Lindavista para sentarme en una sala en la que cada tanto alguien rompía en llanto. 

El dios de la parcela (micro-relato)

El siguiente texto fue publicado en 2009, (VI Premio de relato mínimo Diomedea). La publicación ha quedado restringida de modo que lo publico acá.  El dios de la parcela por Flor Coss En dos horas más se levantará mi mujer a echar las tortillas, para entonces los gallos y los asnos habrán cantado anunciando la hora de empezar un nuevo día. Mi mujer no sabrá lo que pasó, no tiene por qué saber que me he vengado de ella. A mí no me importa que ella no sepa que ya me he cobrado, con tal de que mi ofensa se vea satisfecha. Que siga tendida en el petate, durmiendo como si los mismos ángeles resguardaran su puerta. Despertaré a la chamaca mientras su madre duerme, la llevaré junto al río donde nadie sino Dios será testigo. Él me mirará levantarle la falda, golpearle las nalgas hasta excitarme para luego saciarme en ella. ¡Que pague por las funciones que me negó su madre! Dios no hará nada, estará de mi lado porque es lo justo, porque Él es hombre como yo y como Él yo soy el dios de esta parc

Sin suerte

A ver qué logro decir hoy. Empecemos por asumir que nada. Tenía ganas de jacaranda. Me salí de casa en busca de un árbol bajo el cual pudiera estar para que me llovieran hojas y flores moradas. Y aquí estoy. El árbol todavía no obra su magia. Me he traído mis audífonos. Van como cuatro veces que escucho la misma canción. Seguramente sonará cuatro veces más a menos que pase algo. No sé que pueda pasar aquí, no parece que vaya a llover, el sol no está pegando fuerte, toda la gente a mi alrededor está a lo suyo. Afuera todo es calma. Aquí adentro no. Traigo una blusa amarilla, los mosquitos se sienten atraídos a ella. Las uñas no me crecen al mismo paso en todos los dedos, las cutículas se empeñan en secarse sin importar cuánta crema les ponga, mi anillo está perdiendo el color azul (me preguntó con qué lo podría pintar, en casa sólo tengo pintura acrílica). Sigo esperando a que una especie de equilibro o armonía me tome. Una mujer con un perro flaquito ha pasado frente a mí y me ha sonre

¿Cómo concibes la expansión?

Recién he acabado de desayunar, tenía un video reproduciéndose frente a mí pero mi cabeza estaba en otro lado, construyendo imágenes con lo que escuchaba; preguntando, siempre preguntando. Entonces, una idea escalofriante me asaltó. Estaba pensando en mi necesitad de expansión luego de estar aislada, de muchas maneras, por muchos años. Primero, cada quien tiene sus tiempos, motivos y porqués. Esto me lo digo inmediatamente para evitar juzgarme.  Sigo.  La pulsión está aquí, dice: expansión. Parece que el miedo ha ido disminuyendo o, en todo caso, ya no es un obstáculo. Ok, ok, hasta aquí todo bien. Lo que sigue es la visualización, digamos, de lo que para mí representa eso de la expansión… y llegó el golpe de realidad.  No sé cómo escribir esto, cómo transmitirlo de la manera más adecuada. Todo ahora son intuiciones. No sé si hayan hecho ese juego de que te dicen una palabra y sin reflexionar, sin darle vueltas, tienes que contestar con la primera palabra que te venga a la cabeza. Pues

Hace silencio

 2:11 marca el reloj digital. Tengo helados los pies y los dedos de las manos. ¿Por qué? Hoy se supone que iría a correr, no sé si pueda. Seguramente no si sigo mirando la pantalla.  Anoche un mosco me hizo tres ronchas. Los martes son callados, me recuerdan las noches que no podía dormir en aquel departamento que se perdió en el 2017. Mi hogar de la infancia ya no existe. Ya hay otro en su lugar, pero no es el que era mío. Habían unos árboles muy altos a los costados, verde olivo. Ahí viví el temblor de 1985, el mismo año de aquel accidente que dejó a mi tía en terapia intensiva. Sí, ese accidente que vi en cámara lenta: una llanta pasando encima de su cara. No sé por qué me acuerdo ahora de eso. Mi tía aun vive, todos sus hermanos han muerto, incluido mi padre. Una motocicleta ha pasado por la calle frente a mi casa rompiendo el silencio. Ya se pierde en la esquina. El silencio ha vuelto. Saramago, me he acordado de él.  Me gustaría que existiera eso de la soul family, al menos para