Me duele la cabeza, está saturada. Nada hasta ahora ha calmado la sobrecarga, así que me acuerdo de Sho y pienso en lo mucho que desearía que existiera un Sho para mi cabeza y pudiera sentir lo que ahí sintió mi estómago. Sho está en Estocolmo, es un lugar pequeño para comer sushi. Pero es más que eso de una manera que no es exactamente "más" como solemos entenderlo. Sho es cercano sin ser invasivo, íntimo sin ser secreto, caro sin ser ostentoso, pequeño sin ser insignificante, discreto sin ser desconocido, simple sin ser sencillo… Aunque no todos los comensales que asisten tienen la delicadeza de saber compartir la mesa, porque es una sola mesa —más bien una barra— desde donde te colocan cada nigiri en tu mano. No hay carta, hay lo que hay, pero puedes comer con los ojos cerrados. Así que la gente pro-Las Vegas puede abstenerse. ¿Por qué quiero un lugar así para mi cabeza? Porque quiero poca concurrencia, quiero que me atienda personalmente el chef, quiero que cada
"A soul in tension that's learning to fly" —Pink Floyd