En el segundo piso de un hospital del Estado de México están las camas de geriatría, una treintena. Si me hubieran hablado del lugar sin conocerlo, me hubiera imaginado un piso rebosando de ternura de cabecitas blancas. Pues no es así, nada de ternura, lo que hay son cuerpos cansados, dolientes, acabados… la mayoría no puede moverse. Los veo de reojo cuando paso caminando con mi mamá (qué fortuna que camina, me digo una y otra vez para soportar la situación). Pienso, esto es la vejez, en general un decaimiento, una disminución que a veces incluye la pérdida de la memoria, la demencia senil (es decir, toda la sabiduría al garete). El estómago se me encoge, hago como si nada. Hace calor, afuera está todo seco, lleno de polvo… es una zona industrial. Las cuestiones médicas siempre me ponen mal. Se niña se me bajaba la presión nada más de escuchar a mi abuelita contarle a mi otra abuelita que se había rebanado el dedo en la cocina. En la prepa, se me enterró un tubo de vidrio en el labor
"A soul in tension that's learning to fly" —Pink Floyd