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Geriatría


En el segundo piso de un hospital del Estado de México están las camas de geriatría, una treintena. Si me hubieran hablado del lugar sin conocerlo, me hubiera imaginado un piso rebosando de ternura de cabecitas blancas. Pues no es así, nada de ternura, lo que hay son cuerpos cansados, dolientes, acabados… la mayoría no puede moverse. Los veo de reojo cuando paso caminando con mi mamá (qué fortuna que camina, me digo una y otra vez para soportar la situación). Pienso, esto es la vejez, en general un decaimiento, una disminución que a veces incluye la pérdida de la memoria, la demencia senil (es decir, toda la sabiduría al garete). 

El estómago se me encoge, hago como si nada. Hace calor, afuera está todo seco, lleno de polvo… es una zona industrial. 

Las cuestiones médicas siempre me ponen mal. Se niña se me bajaba la presión nada más de escuchar a mi abuelita contarle a mi otra abuelita que se había rebanado el dedo en la cocina. En la prepa, se me enterró un tubo de vidrio en el laboratorio de química, acabé en enfermería oliendo alcohol. Ahora pienso que de oír a los médicos y enfermeros pasar de cama en cama diciendo mil y un horrores, se me sube la presión (es que es el común denominador del lugar).

Cuando recién llega un paciente le hacen mil preguntas, como si hubiera caído preso y estuvieran indagando qué tanto ha pecado, porque todo lo que se hizo en el pasado trae sus consecuencias. una señora que medía vida se la pasó cocinando con leña y luego con estufa de petróleo, ahora tiene problema en los pulmones y se lo recuerdan a cada rato. Otra señora más allá la abandonaron, le piden de memoria números de teléfono (¿quién se sabe los números ahora con los celulares?), ella dice que sólo quieren sus cosas. Aquí no hay ningún paraíso. Más allá desfilan familiares ante una moribunda, todos diciéndole que no se preocupe de nada (mierda), dos días después fallece y ante los ojos de sus compañeras pacientes, la embolsan.

No pasa nada, me digo. Todo está bien, estoy a salvo. El estómago me hace circo. Los bochornos aderezan la situación.

Mi mamá, hay que reconocer, no se queja. Se olvida de lo que recién le hicieron, se le olvida en qué día vive. Dicen los médicos que hay que estarle recordando todo por motivos de que se sienta ubicada, para evitar el delirio propio de los pacientes de la tercera edad sometidos a situaciones estresantes. Mi mamá dice que está ok si se muere, que ya es hora. Los médicos dicen que eso es depresión. ¿De dónde puede sacar uno recursos para que con todo lo que le pasa al cuerpo uno diga, "que bello es vivir"? Quizá la deprimida soy yo.

Recuerdo la idea romántica que tenía de morir de viejita sentada bajo un árbol luego de una comida familiar en un jardín. 

Eso sí que sería un logro.

¿Es muy pronto para ver mi futuro en lo que tengo enfrente en este segundo piso? Creo que todos viven como si la vejez nunca les fuera a suceder, si lo consideraran quizá los recursos y la atención fueran mejores y para todos los que llevan muchas batallas acumuladas. Quiero decir que los ancianos son sobrevivientes, que merecen todas las atenciones médicas sin importar si están asegurados o no, sin son ricos o no, si tienen familia o no.

Las instituciones de salud publica de México son muy pobres. La mayoría de médicos y enfermeros carecen de sensibilidad y algunos ni siquiera son capaces de dar seguimiento a un historial médico (es evidente por las preguntas sin sentido que hacen).

Me digo que estoy a salvo, que todo está bien. Quiero cerrar lo ojos, ignorar todo lo que veo, pensar en… ¿en qué? ¿Lo que voy a comer?

Muere una paciente vecina, luego otra. Estrés en las camas vecinas.

Geriatría. Cuerpos humanos en su más triste estado.

Ojalá se pudiera tener la opción de no llegar tan lejos.

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