La muerte siempre me confronta, es la mano helada en la espalda que por más que ignores asegura que sientas profunda e inequívocamente su presencia. La muerte no dice nada y quizá por eso lo cuestiona todo. Camus decía que lo que debería pensar en serio la filosofía era el suicidio. Pensar el suicidio va más allá del quién, el cómo y el cuándo; lo que realmente sobrecoge es el por qué y ese sobrecogimiento tiene que ver con el valor que le damos a la vida de ese que se ha suicidado. Hablar del suicidio es hablar de los valores de la sociedad. No todos los muertos valen lo mismo porque no todas las vidas nos significan lo mismo. Así la cosa. Si el suicidio tiene una causa social, les llamamos héroes. Si el que comete suicidio es un don nadie que nada más sufre y hace sufrir y no aporta nada a la sociedad, hasta podríamos pensar que ya se estaba tardando. Pero si, en cambio, ese que se suicida representa una figura de éxito o consumimos su persona (la ligamos a nuestra identidad
"A soul in tension that's learning to fly" —Pink Floyd