Hace silencio
2:11 marca el reloj digital. Tengo helados los pies y los dedos de las manos. ¿Por qué? Hoy se supone que iría a correr, no sé si pueda. Seguramente no si sigo mirando la pantalla.
Anoche un mosco me hizo tres ronchas.
Los martes son callados, me recuerdan las noches que no podía dormir en aquel departamento que se perdió en el 2017. Mi hogar de la infancia ya no existe. Ya hay otro en su lugar, pero no es el que era mío. Habían unos árboles muy altos a los costados, verde olivo. Ahí viví el temblor de 1985, el mismo año de aquel accidente que dejó a mi tía en terapia intensiva. Sí, ese accidente que vi en cámara lenta: una llanta pasando encima de su cara. No sé por qué me acuerdo ahora de eso.
Mi tía aun vive, todos sus hermanos han muerto, incluido mi padre.
Una motocicleta ha pasado por la calle frente a mi casa rompiendo el silencio. Ya se pierde en la esquina. El silencio ha vuelto. Saramago, me he acordado de él.
Me gustaría que existiera eso de la soul family, al menos para mí.
Una franja blanca ha atravesado la pantalla, ya no podré escribir. No veo nada.
En la tarde de ayer compré dos piezas de pan dulce. Son dos piezas muy grandes y pesadas. Insisto en seguir escribiendo, ya sólo puedo ver dos renglones. Mis dedos siguen fríos.
Veo titilar el cursor.
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