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Ya casi


Estoy desayunando, la puerta de la cocina que da al patio está abierta, un aire frío entra hasta el fondo, donde estoy sentada con mi café en la mano, casi puedo respirar en esa oleada de aire frío al sol. Sí, el aire trae esencia de solecito invernal. Las hojas del olivo apuntan hacia arriba como pequeños bracitos alzándose victoriosos. No ha llegado el colibrí que suele pasearse por las ramas de la lima, la que sí ha llegado a visitarme es la marea de calor que nace dentro de mí y va subiendo hacia mi rostro encendiéndolo, mi piel se humedece como si estuviera tendida en una playa bajo el rayo del sol (¿serán los veranos acumulados a lo largo de mi vida?).

La Navidad se acerca, dos meses es poco ya. Otra oportunidad. Los años inmediatos a mis espaldas sugieren que quizá este año tampoco lo logre, pero lo intentaré. 

Décadas atrás, cuando el frío anticipaba la promesa de la comunión, los regalos, la comida, los programas especiales de tv, las vacaciones, el olor de la ropa nueva, no hubiera creído de añorara tanto recuperar ese estado de disfrute, aunque puede ser que ya lo haya idealizado. Salgo al patio y recibo esa oleada de frío que mi cuerpo interpreta como la promesa de la felicidad. 

En los últimos años me he dicho que ya va siendo tiempo de actualizar el recuerdo, de abonar a las memorias con nuevas felicidades. No lo he logrado, mis recursos internos son ralos. Me resisto a decorar mi casa, me resisto a comer sin culpa, me resisto a ver la tv hasta tarde porque la cama me parece una mejor opción, los 25/12 y 1/1 he despertado temprano sin comida deliciosa por recalentar, ningún regalo por abrir bajo ningún árbol. El oscuro humor que me arrebata la temporada y me deja vacía para comenzar el año siguiente no termina de irse, necesito cerrarle la puerta.

Los años transcurren a dos velocidades: la extremadamente lenta del des-humor y poca energía o voluntad con apenas tres gotas de combustible, y el rápido paso de los días que se van acumulando en la pila de sigo en lo mismo, pero mi cuerpo está envejeciendo. 

Cuando pienso en estos años se me figuran como el largo y frágil puente que pende sobre un abismo. Creo que he atravesado gran parte, la risa que me ha vuelto, junto con mi capacidad de atención, son una señal. El miedo ya no es un monstruo devorándome.

Ya casi es Navidad. Ya casi.

¿Qué habrá allá, cuando termine de cruzar el puente?







 y la de sigo en lo mismo. Se me acaban los días, uno tras otro se suceden sin que se produzca el milagro y, al mismo tiempo, colecciono días que logro pasar exitosa de no caer en angustias y penas fuera de control, días que van formando un largo puente tendido sobre el abismo. Sigo cruzando, un día llegaré al otro lado, un día dejaré atrás lo abismal. 

Necesito construir nuevas memorias para esta época. Memorias para evocar en los años por venir. Memorias de Navidad, de confort y paz, de aceptación y disfrute. La intención está aquí de nuevo tocándome al hombro. Que esta vez lo logre, es mi deseo. Siento que estoy más cerca que el año pasado y mucho más que el antepasado. 

Invierno del 2023. 

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