Dadas las excelentes condiciones atmosféricas, un pequeño lago (pequeño es un decir) al norte de Stockholm City se congeló. Una capa de 30 cm de hielo permitió que muchos nos levantáramos temprano y con doble pantalón fuéramos a patinar sobre él en una ruta trazada de 14 km.
Yo pensé que la cosa iba a ser fácil, que era como andar en patines de rueditas (ja). Para empezar me tuvieron que prestar unos patines de esos que tienen la cuchilla muy larga (son mas veloces según dicen) y la bota gorda y dura (de esas que cuestan como 3000 kronor). Desde que me los estaba poniendo vino la primer caída gracias a que un fulano que estaba sentado a la otra orilla del banco se paró, con un pie con patín y el otro con zapato no podía levantarme, me tuvieron que ayudar. Luego, ya con los dos patines puestos la cosa era pasar de estar sentada a estar parada, tremendo lío pero lo logré. Pruebas en cortito para calar lo resbaladizo del hielo (madre mía), supuse que la cosa estaba bajo control y nos lanzamos a la pista tres suecos y dos mexicanos, los suecos en calidad de levantadores porque de ahí me caí tres veces más. Si aprendí algo es que hay que estar pendientes de las grietas y que ante la caída lo mejor es dejarse caer porque si no uno se tuerce todito y lo primero que recibe el trancazo son las manos (el dolor en la muñecas a esta edad no es para reírse).
Lo hermoso de la experiencia fue ver el sol reflejándose sobre el lago congelado que parecía infinito al confundirse con el firmamento hacia el horizonte. Sólo se veían las siluetas de los patinadores dentro del resplandor, como si fuéramos a entrar al cielo.
No pude ver mucho porque tenía los ojos clavados en el hielo para evitar atorarme en una grieta. Disculparán la falta de foto, simplemente o me mantenía en equilibrio o sacaba fotos y tenía que mantenerme pegada al grupo.
Al final del medio recorrido (sólo patinamos 7 km) la buena nueva es que hay que entrarle al café y a las salchichas. Las salchichas se las dan a uno frías, entonces se va uno a las parrillas con leña que están sobre el lago para calentarlas (lo que me tomó como 20 minutos porque el frío estaba al tiro y la leña era poca). Mmm... delicioso el sabor ahumado.
Ya de regreso yo traía el frío pegado en mis nalgas y las manos entumidas, con todo y las capas de ropa que traía puestas. La experiencia valió la pena.
Para entrar en calor, un buen vinito. Eso que ni qué.
Yo pensé que la cosa iba a ser fácil, que era como andar en patines de rueditas (ja). Para empezar me tuvieron que prestar unos patines de esos que tienen la cuchilla muy larga (son mas veloces según dicen) y la bota gorda y dura (de esas que cuestan como 3000 kronor). Desde que me los estaba poniendo vino la primer caída gracias a que un fulano que estaba sentado a la otra orilla del banco se paró, con un pie con patín y el otro con zapato no podía levantarme, me tuvieron que ayudar. Luego, ya con los dos patines puestos la cosa era pasar de estar sentada a estar parada, tremendo lío pero lo logré. Pruebas en cortito para calar lo resbaladizo del hielo (madre mía), supuse que la cosa estaba bajo control y nos lanzamos a la pista tres suecos y dos mexicanos, los suecos en calidad de levantadores porque de ahí me caí tres veces más. Si aprendí algo es que hay que estar pendientes de las grietas y que ante la caída lo mejor es dejarse caer porque si no uno se tuerce todito y lo primero que recibe el trancazo son las manos (el dolor en la muñecas a esta edad no es para reírse).
Lo hermoso de la experiencia fue ver el sol reflejándose sobre el lago congelado que parecía infinito al confundirse con el firmamento hacia el horizonte. Sólo se veían las siluetas de los patinadores dentro del resplandor, como si fuéramos a entrar al cielo.
No pude ver mucho porque tenía los ojos clavados en el hielo para evitar atorarme en una grieta. Disculparán la falta de foto, simplemente o me mantenía en equilibrio o sacaba fotos y tenía que mantenerme pegada al grupo.
Al final del medio recorrido (sólo patinamos 7 km) la buena nueva es que hay que entrarle al café y a las salchichas. Las salchichas se las dan a uno frías, entonces se va uno a las parrillas con leña que están sobre el lago para calentarlas (lo que me tomó como 20 minutos porque el frío estaba al tiro y la leña era poca). Mmm... delicioso el sabor ahumado.
Ya de regreso yo traía el frío pegado en mis nalgas y las manos entumidas, con todo y las capas de ropa que traía puestas. La experiencia valió la pena.
Para entrar en calor, un buen vinito. Eso que ni qué.
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