Se llaman Mac y Meg

Estando en casa parece que a ellos les va suficientemente bien con sólo tomar el sol que les cae de la ventana. Se dejan caer de manera que puedan ir rotándose conforme van entrando en calor.

Tan tranquilos los veo que luego me muevo con cuidado para no perturbarlos; nunca lo logro, se levantan para ir a donde quiera que vaya, no importa si es al fondo de la habitación o al continente de al lado.

Cuando me descubro sola, alguno de ellos levanta su carita y me dirige unos ojos de ternura que a leguas dicen: "Aquí estoy".

Me calientan los días de frío, se acercan para que los abrace cuando ya ha pasado tiempo que no toco a nadie. En los momentos más tristes se echan a mi lado para que apoye mi cabeza en ellos y siga llorando.

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