La forma en como fue esa vez


Cuando volví a casa de mi mamá, no luego de que me casé, no luego de que me divorcié, sino luego de que me prohibió el paso más allá de la sala de estar porque me convertí en su peor enemigo, me sentí como una intrusa. Mi artículos de tocador estaban donde siempre, junto con el camisón que mantenía en el closet de mi antigua recámara para aquellas veces que, por ser muy tarde, me quedaba en la casa.

No había nadie más en casa. Sólo yo y mi perrita Abril. Esa tarde dormí mal. Mi antigua cama me sabía a la cama de alguien más, era muy temprano y mi madre estaba en el hospital. Sabía que mas tarde tendría que sustituir a mi hermana y que pasaría la noche en el cuarto apiñado de familiares de los varios pacientes en emergencias. 

No cerré la ventana de mi recámara que mi mamá abría por las mañanas para promover la ventilación de la cama. No la cerré esa tarde, no la cerré la mañana que regresé del hospital ni cuando salí hacia mi casa a sabiendas de que ya no volvería quién sabe hasta cuándo.

Y sucedió que, luego de transfusiones y estudios varios, dieron a mi mamá "de alta", no porque estuviera muy sana. Volví con ella un lunes por la noche sin saber lo que me traería el futuro.

En los días que permaneció abierta la ventana, el abundante polvo que se produce por este pueblo (no es propiamente un pueblo, pero parece) se coló hasta la recámara de enfrente, la de mi mamá. Las huellas de mis pisadas estaban remarcadas por aquella capa gris que encontró asilo en una casa que inauguraba una temporada de incertidumbre.

Esa imagen, la de mis pisadas cubiertas de polvo me conmovió de alguna manera que aún no puedo explicar.

Cerré la ventana. Me hice de un trapo húmedo para limpiar el piso. Dejé algunas cosas, que llevé para quedarme unos días, sobre la cama. No recuerdo si le di algo de cenar a mi mamá o si yo misma cené algo. Tampoco recuerdo si esa noche dormí bien o no. Las pisadas, el polvo, la ventana abierta, eso sí lo recuerdo bien.

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