Y… ¿sirve de algo orar?

Planteada así la pregunta es contradictoria en cuanto el servir y el orar corresponden a dos dimensiones de la consciencia distintos.

Antes de entrar en el tema de la consciencia, para comprender mejor lo planteado en el párrafo anterior, quizá quepa una respuesta rápida a la pregunta: SÍ.

Pero, ¿en qué sentido se da este "sí"? No es que el orar sirva como lo hace una aspirina para el dolor de cabeza. Orar no es un útil y por tanto no "sirve", no es servil a ningún amo. La aspirina, por ejemplo, es un producto del esfuerzo humano en el ámbito de las cosas y responde a lo esperado (quitar el dolor de cabeza) aunque nunca en el cien por ciento de los casos. Por cierto, el cien por ciento de los casos no se da sino en una sola cosa, la muerte, aunque la muerte tampoco es servil. Entonces, tenemos las cosas que son serviles (caen dentro del ámbito de las cosas en las que el hombre ejerce su voluntad) y las "cosas" que no lo son, es decir, tenemos experiencias que caen fuera de la voluntad humana.

Uno podría decir, "pero el hecho de que yo decida ponerme a orar, hace que ello sea producto de mi voluntad". Aquí está la cuestión del asunto, orar como mero acto decidido por la voluntad para lograr un fin determinado no sirve, literalmente, de nada… bueno, puedes entretenerte un rato. El orar propiamente abre al hombre a la dimensión a la que la voluntad no llega en tanto que el orar comienza por la aceptación de que aquel que ora no posee ningún poder sobre nada y en ese acto de humildad se abre a lo que es. Orar acalla las demandas de la mente.

Ahora, si estar en un estado de miedo, odio, o ira afecta no sólo la manera en la que interpretas el mundo sino también el balance físico de tu cuerpo; orar lo afecta de la manera contraria porque cuando se ora se accede a la Confianza, el Amor y la Fe (que es lo que se suele llamar Dios). Orar es una manera en la que uno "se pone en su debido lugar", al orar uno "regresa a casa".

Si orar restablece o regresa, quiere decir que cotidianamente estamos "fuera". El hogar es otra forma de llamar a la interioridad kierkegaardiana. Cuando vemos que hay algo así como la experiencia del regreso —y no es una experiencia que tenga lugar en el espacio—, estamos dentro del fenómeno extenso y poco conocido de la consciencia.

Kierkegaard comprendía estas dos dimensiones de la consciencia, por un lado como interioridad o cristiandad y, por el otro como el mundo de la temporalidad o lo diverso. Ni la interioridad ni la temporalidad abandonan la experiencia humana; un hombre es tal en tanto que existe en la temporalidad, en el espacio-tiempo en el que se da la distinción de lo diverso, pero también toda experiencia de la dimensión de la temporalidad es posible por la interioridad desde la que se accede a la eternidad. La consciencia del hombre es la bisagra entre las dos dimensiones, la consciencia es ontológicamente intersticial —que es una forma de decir que es un "entre" desde el que se abre la experiencia de lo finito y lo eterno—. 

Kierkegaard tenía una forma muy interesante de explicar esto, forma que encontramos, a su modo, en Schopenhauer y que podemos escuchar en estos días en la voz de Rupert Spira. El hombre es un actor de la eternidad en una obra tan excelentemente producida que el actor mismo pierde la noción de sí mismo como actor y se entrega por entero al rol que está interpretando. La obra es la dimensión de la temporalidad en tanto que el no-lugar en el que se produce la obra y los actores corresponden a la dimensión de la eternidad. Cuando se está en el rol, se está afuera del Sí Mismo, cuando se hace un ejercicio de interioridad como el de la oración, la meditación, por ejemplo, el actor logra experimentarse como actor, es decir, la consciencia experimenta las dos dimensiones.

Heidegger vió estas dos dimensiones como la contraposición del pensamiento metafísico y el pensamiento o experiencia originaria. Para Heidegger, el pensamiento metafísico sólo se ocupa de lo ente, porque no sabe pensar de otro modo, es un pensamiento basado en construcciones desde las que se interpreta todo; pero la experiencia originaria se da a la base (originariamente cada vez) de todo pensamiento posterior. El juego entre las dos formas de pensamiento tienen la forma de giro (kehre) en el que se da siempre un rehúso y una donación. Heidegger veía que el hombre se había olvidado de pensar en la experiencia originaria y que ya sólo privilegiaba el pensamiento metafísico desde el que es posible todo pensamiento calculador al que se amarra la voluntad de poder. Tal amarre hace que sea prácticamente imposible desprenderse de la idea del espacio-tiempo, de la dualidad, de lo entitativo porque es desde ahí desde donde hemos fincado todo sentido.

Así que desde luego que orar "sirve" de mucho. Es una forma de ser en completud, ser con todo lo que es en la igualdad espiritual (porque no se trata de tasar a todos por lo mismo sino a comprenderlo todo como el Sí Mismo).

Los procedimientos para orar, los dioses, las fórmulas de las palabras usadas… todo eso es obra de lo temporal, lo finito, el pensamiento dual, la construcción humana. El orar es lo más simple, es el volver a Sí Mismo desapegado de toda concepción.

Orar es abandonar la voluntad de querer controlar algo, es volver al silencio.


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