La desesperación que me causa la lectura de Heidegger
He pasado muchos años dedicándome a la comprensión del pensamiento del filósofo alemán. Su pensamiento, pese a que trata de abordar "algo" fundamental, es extremadamente complejo precisamente porque "eso" fundamental no puede ser tratado con las categorías tradicionales, de hecho, con ningún tipo de categoría.
Embarcarse en el pensar de Heidegger es zarpar en un bote categorial que pronto habrá de ser abandonado para sumergirse en las aguas abisales sin un destino predeterminado. La empresa no trae consigo el posible encuentro de algún tesoro del cual nos podamos hacer para regresar a tierra y sacarle provecho. No hay tesoro que explotar porque todo cuanto se encuentra es inexplotable —si es que podemos decir que hemos encontrado "algo"—.
¿Para qué abandonar la tierra en donde hemos edificado tantas "verdades"? Porque después de una larga cavilación terrenal, el espíritu no encuentra ningún confort en ellas, al contrario, la estancia en lo construido se hace cada vez más difícil. Así es como comienza la búsqueda de algo-más que nunca es encontrado pero que siempre nos asalta como el más seguro presentimiento.
Vamos de desesperación a Desesperación. El llamado es ineludible, algo en nosotros ha despertado.
En el recorrido a través del camino de Heidegger, nos encontraremos como una visión tremendamente lúcida y, por ello, aterradora de nuestro ser histórico. En los apartados de sus tratados ontohistóricos bajo el título de resonancia, asistimos a los horrores de lo que Heidegger llama la maquinación, la vivencia y lo gigantesco como expresiones del laberinto infernal llamado voluntad de voluntad. Cuando uno llega aquí, resulta casi imposible permanecer resuelto a lo que se abre adelante: el último dios, la gelassenheit.
Con Heidegger todo es lucha, oscilación: cruda confrontación con una existencia en donde no hay playas seguras en donde reposar.
Con Heidegger nunca se llega a ningún lugar. La Desesperación nos toma y quisiéramos que de verdad la gelassenheit fuera una serenidad.
Con Heidegger no hay decisión: ni esto ni aquello. Antes bien una comprensión de cómo tiene lugar el horizonte de comprensión gracias al cual podemos decir que algo es. Pero la esencia del hombre no "es", su esencia es ese fondo abisal inasible del que nunca nos rescata el filósofo.
Quizá sea esto ya, para mí, demasiado. Quiero encontrar una especie de playa. Quizá sea tiempo de girar hacia Meister Eckhart o mejor, de regresar a Kierkegaard y sus discursos edificantes en los que ese fondo abisal se comprende como el amor absoluto.
Embarcarse en el pensar de Heidegger es zarpar en un bote categorial que pronto habrá de ser abandonado para sumergirse en las aguas abisales sin un destino predeterminado. La empresa no trae consigo el posible encuentro de algún tesoro del cual nos podamos hacer para regresar a tierra y sacarle provecho. No hay tesoro que explotar porque todo cuanto se encuentra es inexplotable —si es que podemos decir que hemos encontrado "algo"—.
¿Para qué abandonar la tierra en donde hemos edificado tantas "verdades"? Porque después de una larga cavilación terrenal, el espíritu no encuentra ningún confort en ellas, al contrario, la estancia en lo construido se hace cada vez más difícil. Así es como comienza la búsqueda de algo-más que nunca es encontrado pero que siempre nos asalta como el más seguro presentimiento.
Vamos de desesperación a Desesperación. El llamado es ineludible, algo en nosotros ha despertado.
En el recorrido a través del camino de Heidegger, nos encontraremos como una visión tremendamente lúcida y, por ello, aterradora de nuestro ser histórico. En los apartados de sus tratados ontohistóricos bajo el título de resonancia, asistimos a los horrores de lo que Heidegger llama la maquinación, la vivencia y lo gigantesco como expresiones del laberinto infernal llamado voluntad de voluntad. Cuando uno llega aquí, resulta casi imposible permanecer resuelto a lo que se abre adelante: el último dios, la gelassenheit.
Con Heidegger todo es lucha, oscilación: cruda confrontación con una existencia en donde no hay playas seguras en donde reposar.
Con Heidegger nunca se llega a ningún lugar. La Desesperación nos toma y quisiéramos que de verdad la gelassenheit fuera una serenidad.
Con Heidegger no hay decisión: ni esto ni aquello. Antes bien una comprensión de cómo tiene lugar el horizonte de comprensión gracias al cual podemos decir que algo es. Pero la esencia del hombre no "es", su esencia es ese fondo abisal inasible del que nunca nos rescata el filósofo.
Quizá sea esto ya, para mí, demasiado. Quiero encontrar una especie de playa. Quizá sea tiempo de girar hacia Meister Eckhart o mejor, de regresar a Kierkegaard y sus discursos edificantes en los que ese fondo abisal se comprende como el amor absoluto.
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