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Morir antes de morir

La primera vez que escuché esta frase fue de una mujer que se le acercó a Mooji, diciendo: I want to die before I die. Mooji se molestó porque luego la gente anda repitiendo cosas sin saber lo que en realidad significan o de dónde vienen; seguidamente dio una muy breve explicación que en realidad no alcanza a tocar las raíces que dan sentido a la frase.

La frase no tiene absolutamente ningún poder en sí misma, como tampoco lo tiene ningún mantra ni ninguna oración sólo por repetirle como loro. La frase no es sagrada ni es algo a lo que se le deba respeto. La importancia radica en la comprensión profunda que trasciende la materialidad desde la que estamos acostumbrados a ver el mundo.

Se han desarrollado pensamientos filosóficos en torno a este tema, no como tema en sí, sino como a lo que inevitablemente se llega cuando se pregunta sobre la verdad, la existencia y el sentido de las cosas. Estos pensamientos filosóficos no son en modo alguno visiones del mundo, es decir, no asumen una posición "moral" desde la cual encausar la vida. Un pensamiento filosófico profundo sólo pretende indagar más allá de lo aparente y de lo ya aceptado.

Heidegger indagó al respecto desde Ser y tiempo desde "ser para la muerte". En Ser y Tiempo, Heidegger parte de lo conocido para de ahí ir a profundidad, ir a las cosas tal y como son; de este modo, cuando habla de la muerte comienza desde la muerte física de un individuo pero empieza a lanzar anclas a algo más allá de la muerte física. Muchos han interpretado esto como misticismo o pensamiento oscuro, otros tantos han llamado a Heidegger "el filósofo de la muerte". Nada de esto acierta en el blanco, es decir, hacia aquello a lo que Heidegger apuntó. La idea, no del "ser para la muerte", sino de la profundidad a la que quiso señalar, la retoma en Los conceptos fundamentales de la metafísica: mundo, finitud y soledad. Finitud ahora señala otra cosa distinta de la muerte biológica: de la finitud deriva la muerte. A mi parecer, aún más a profundidad, la finitud deriva del viraje (kehre), que Heidegger exploró en sus últimos textos, luego de estudiar a profundidad a Nietzsche.

Otra corriente de pensamiento importante que toca las fibras del morir antes de morir, lo encontramos en Filosofía como metanoética del filósofo japonés Tanabe Hajime. Tanabe habla de la práctica de la metanoia o de la vía de la zange que apunta al arrepentimiento desde la comprensión de que no hay modo de reparar las faltas mediante la voluntad propia: una vez que se lastima a alguien no hay modo de subsanar lo ya hecho por más de que pida perdón o le de cosas o me haga daño a mí misma. Para Tanabr, la única vía no es la de uno mismo a través de uno mismo sino la de la rendición a algo que me trasciende, es decir, se suelta el propio-poder (jiriki) para entrar en la experiencia del Otro-poder (tariki). Este pensamiento tiene sus raíces en el budismo Mahayana pero deviene una tarea intelectual y por tanto se separa de toda posible dogmática para situarse constantemente en una existencia (pensada la existencia desde Heidegger) regenerada. La renuncia constante de mi propio-poder es la renuncia a  la repetición, es decir, a la automatización de mi pensamiento encerrado en sí mismo, para trascender tal automatización y abrirse (aquí Heidegger otra vez) a la resurrección, la práctica de la metanoia entonces es: «No vivo más de mí mismo, sino de la vida que me ha sido concedida desde el reino trascendente de lo absoluto, el cual no es ni vida ni muerte.»

Pensando desde Tanabe, uno puede seguir la indagación sobre la repetición ya desde un estadio religioso, es decir, ya no automático o mecánico sino abierto, con Søren Kierkegaard. Para leer a Kierkegaard y poder comprender lo que quiere decir sin decirlo, uno ya debe estar en esa otra experiencia del pensar que no es un pensar metafísico, es decir, un pensamiento situado en lo ente cuyas preguntas y respuestas se quedan siempre en lo ente, en lo representativo. Dicho en otras palabras, uno debe ya abandonar el modo regular en el que ha pensado el mundo, de modo contrario, se cae en la errancia, en una interpretación que se equipara a repetir lo que se dice como loro.

Hay otra corriente que habla, a su manera, del morir antes de morir. Se trata de Meister Eckhart y su ser separado, el abandonarse, el hombre pobre o el liberarse de todas las criaturas. Meister Eckhart es más un místico que un filósofo pero ha sido fuente de inspiración de filósofos. El lenguaje de Eckhart es un lenguaje interior, las palabras son un vehículo y por tanto la lectura nunca debe hacerse de manera literal. Con Meister Eckhart como con Heidegger, Tanabe o Kierkegaard el propósito fundamental no es el conocimiento sino la experiencia en su más profundo sentido, pero la experiencia no se realiza por sí misma, en todos los casos debe el hombre realizar el despojo de las concepciones mentales desde las que el mundo le resulta familiar, una de ellas, en Eckhart, es el concepto de Dios.

La diferencia fundamental en estos pensadores es que Meister Eckhart busca transmitir un método, Tanabe una especie de ética, Keirkegaard es más sensato con la experiencia y le llama efectuar un salto, para Heidegger es más una preparación posible desde el pensar vigoroso que no tiene proceso ni método. Para J. Krishnamurti es una cuestión del preguntar uno mismo a profundidad sin hacer caso de ningún gurú o maestro. ¿Pero cómo todo esto puede mostrarnos qué significa realmente morir antes de morir? Y más importante aún, ¿por qué querríamos morir antes de morir?

El mayor sufrimiento que vivimos es creado por nosotros mismos, por nuestro pensamientos, por las calificaciones o juicios que hacemos de lo que nos sucede, de lo que nos ha sucedido, de lo que nos puede suceder. Sufrimos cada vez que recordamos lo que nos ha dolido en el pasado, lo que tuvimos y ya no tenemos.

El pensamiento se desarrolla en el tiempo y hace uso de la memoria. La memoria se mantiene por la repetición. Lo que no se repite, se olvida. Todo lo que mantenemos en la memoria tiene, en su función básica, utilidad para la supervivencia, como saber que el fuego quema, que determinada comida no ha hecho daño, etc. La cuestión es que todas nuestras experiencias las tratamos igual y así como saber que el fuego quema lo mantenemos como pensamiento vigente, así también podemos decirnos  una y otra vez que no se puede confiar en la gente porque lastima. Causa-consecuencia. Aprendizaje. Automatización. Hay quien, en el dolor que le causan los recuerdos, quisiera olvidar, pero cada vez que lo recuerda y sufre, hace vigente el dolor y refuerza el recuerdo. Muchos creen que sólo la muerte biológica o la muerte psicológica puede acabar con el sufrimiento que le causan sus recuerdos, sus pensamientos. Los pensamientos toman lo vivido, se actualizan en las circunstancias actuales y disponen al pensante a un escenario conocido, es decir, crean la forma en como se interpretará lo por venir. El pensamiento no se basa en una experiencia actual, se construye o se ensambla en los diferentes éxtasis temporales.

La identidad, el yo, está ensamblado por el cúmulo de pensamientos reiterados y se niega terminantemente a abandonar tales pensamientos porque abandonarlos significaría su muerte, la muerte de la identidad. La identidad depende de los pensamientos y de la actualización automática de la memoria que le ratifica como "existente". La muerte de la identidad no requiere una muerte psicológica ni una muerte biológica, requiere de abandonar los pensamientos que la ratifican. La identidad es el resultado de un proceso que no podemos detener a voluntad porque la identidad toma control de ella. Aquí es donde la gente busca gurús o maestros o guías que indiquen un proceso, un método, un ritual, una frase mágica o que le den a uno algún poderoso talismán. Pero no es cuestión de proceso ni es algo oculto o complicado o propio de algunos pocos. Por ello también se habla de la iluminación como algo que te sucede y algo deseable.

La cuestión es simple, como saltar. El miedo a lo desconocido, a perder la seguridad de lo ya conquistado, sin embargo, no nos abandona y nos detiene. A saltar se aprende saltando y en este caso se tiene que seguir practicando el salto, vivir muriendo cada vez. Se muere a la idea de uno, se muere a las expectativas. Pero nadie quiere ser pobre en el sentido en que nadie quiere dejar lo conocido. Lo conocido a veces es el dolor, los miedos, el placer, la ilusión, los libros leídos, las clases tomadas, lo considerado bueno, lo valorado como bello, la idea de progreso, la lucha, la resistencia… lo que ya se ha decidido que es de alguna manera y se eleva a categoría ontológica. Repetir lo que se conoce como lo ya conocido es negarse a pensar nuevamente y desde otro lugar. Nos negamos a soltar lo que soltaremos de cualquier manera cuando la muerte biológica llegue.

Pero mientras la muerte biológica sucede, ¿qué acontece en el entretanto? Podemos vivir muriendo cada vez (nos abrimos cada vez a la posibilidad) pero generalmente vivimos como muertos (cerrados a todo poder ser de otra manera). En la primera optamos por la finitud, aceptamos la transitoriedad; en la segunda optamos por lo acabado, lo sido. En la primera dejamos que las cosas sean tal y como son; en la segunda queremos que las cosas sean lo que hemos decido que son. La diferencia escapa a la razón plana y llana y sin embargo se muestra radical en la experiencia en tanto que se vive fuera del velo de la subjetividad que se separa como punto referente de todo lo que está siendo.

En lo que llega la muerte biológica —que llegará queramos o no, pensemos lo que pensemos, seamos quienes seamos, hayamos vivido lo que sea, sepamos lo que sepamos— confundimos nuestras necesidades psicológicas con necesidades reales; no atendemos al cuerpo, atendemos a lo que creemos. Entonces damos más valor al "yo" que al cuerpo: no es nuestra principal búsqueda que el cuerpo se encuentre en balance, lo que buscamos es la idea de salud o la idea de belleza o la idea de utilidad y nos obligamos a ella. Regimos nuestra vida por ideas pues el regir es el someterse a ley (lo dictado como "deber ser"). Nos sentimos tristes pero nos obligamos a estar contentos porque ese es un estado deseado. Estamos cansados pero nos obligamos a seguir adelante en nombre de la mejoría. No podemos ya vivir sin ideas, reglas, creencias. Ya no sabemos que es asistir a la vida misma sin el filtro del pensamiento. Cuando el sufrimiento es demasiado y queremos apagarlo, lo que queremos es que la producción de pensamientos se detenga, queremos simplemente ser en la tranquilidad, en la serenidad, en el sosiego. La serenidad no se produce, llega; pero sólo llega en el silencio mental. Queremos morir antes de morir porque queremos experimentar la tranquilidad, queremos atestiguar que somos serenidad, que estamos en sosiego. La cuestión es simple, sólo tienes que trascender el miedo a dejar de vivir de ti mismo, de tu yo, de tu ego, de tus ideas.

La resolución, la metanoia, el morir antes de morir es la experiencia del amor en la que el ego no tiene lugar en la que así como recibes ya estás dejando ir.

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