Con el ojo pelón

Así dicen cuando uno no ha pegado el ojo, o sea dormido a sus horas. Así mero ando, con el ojo pelón. A estas alturas no puedo retener a atención en casi nada, siento girar al mundo (literal) y no hay manera de que me eche un pistinto pero ni por equivocación. Hay que hacer guardia, guardarse de todo mal que incluye que de tanto esperar se me pase de pronto el tiempo y salga corriendo.

Pensé que un vaso de leche me haría sentir bien pero está al tiempo y la leche sola la tomo fría. Me ha tocado cambiar a toda la gente de la sala, es decir, ya fueron y vinieron un montón y yo aquí sigo pasando lista. Los madrugadores son más silenciosos, creo que prefiero el silencio. Los que llegan más tardecito les da por ser más coloridos y jacarandosos (es un decir, quiero dar énfasis al cambio). Las mujeres en general les da por el té y la fruta, aunque una que estaba a mi lado se reventó dos panes con relleno de chocolate. Nunca falta el que se embolsa (literal) las viandas para el camino, no vaya a ser que luego no haya y qué hacemos. A otros les da por la chela aunque no tengan otra cosa en la panza. Casi todos están metidos en el periódico o en la compu portátil, ganan las de sistema operativo Windows porque son de trabajo (nadie en su sano juicio gasta su lanita en esas cosas, mejor invertirle a una buena de Apple que sufrir con las otras), no tengo ni idea por qué las empresas dan de esas cosas gordas negras horribles que dicen HP en una esquinta como quien no quiere darse a notar, seguro les da pena su producto. Hay unas chicas, así como de mi vuelo, que traen un estilo lindo, unas más serias que otras con falda o pantalón pero de saco riguroso; el punto coqueto es la bolsa y la mascada. La mayoría se sienta derechito, no como yo que me desparramo o me encorvo (mi estilo es así, muy confortable). Esa mujer que me queda de frente tiene unos muslos que parece que hace sentadillas ocho horas al día, qué impacto, y eso que trae pantalón de vestir, tiene a la mano izquierda agua con rodajas de limón y a la mano derecha un capuchino, con el gusto tan delicado como el de mi mamá. Miren a esos dos, se les va a caer la fruta que llevan en las manos, qué avorasados o qué flojos, no les digo de que color están vestidos no vaya a ser que crean que tengo algo en contra del equipo ese que golearon. Los de hasta el fondo son más callados, ni se mueven, hasta se siente una barrera energética de aquí sólo los muy callados.

Tengo sueño, pues. 

Ya no se estila eso de llevar los zapatos y la bolsa combinada, pero hay unas que de plano resaltan por su elección.

Ya le agarré cariño a este sillón, como que me dijo: de aquí eres. Es el cuarto lugar que llevó en todo este ratototote y no me late moverme, ¿será el sillón o será el sueño? Juro que la Tierra se mueve, lo siento.

La ventaja de las chicas con cabello largo es que lucen menos despeinadas. Bueno, a mí me lo parece. 

Ya me dio frío. 

Cuánta gente junta que no se habla. Me pregunto cuántos estarán tristes, cuántos no durmieron hoy, cuántos saben (de verdad saben) que son más frágiles que el papel de china o que las alas de una mariposa, cuántos son conscientes que la vida pasa rápido y que quizá no haya mañana. Hace unas hora justo pensaba en qué es más feo: perder de a poco, como gotero, a los seres que amas o perderlos a todos de un jalón.

Necesito un café.

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