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Contextualizando un vino (maridaje)

Un vino solo, como una persona, no es "nadie". No es que no exista, que no sepa —en ambos sentidos del sapere: sabor y conocimiento— que no pueda sostenerse por sí mismo, sino que no puede manifestar todo su potencial. No sabes quien eres hasta que no te pruebas en distintos contextos, hasta que no te vas desdoblando.

Abrir una botella, sólo abrirla, te da una experiencia. El etiquetado, la forma de la botella, el destape mismo —metal, cera, corcho, rosca. Y luego el olor superficial que sólo te dice si está bebible o no. Entonces el líquido cae en la copa y así como va cayendo comienza la relación entre tú y él. El color, la consistencia y el primer desdoble del aroma. En este momento ya puedes rendirte ante él aunque no te haya dicho nada de sí mismo. Con forme pase el tiempo ese aroma que te conquistó podrá perderse o acentuarse, también sucede que si no encontraste nada especial en él empiece a hablarte muy despacio. Con el tiempo nos vamos conociendo, vamos compartiendo momentos, nos vamos acercando o nos vamos distanciando.

Entonces lo pruebas, y aún así no sabes nada de él. No tienes ni idea.

Tienes o no tienes a la mano distintos sabores con que probarlo. La comida es el contexto, con los distintos sabores cambias las circunstancias de la relación: aceitunas, pan, aceite, queso, carne, pescado… Y así como tipos de queso hay, así de posibilidades hay de relacionarte con el mismo vino. Si tomas con respeto el vino, le darás su espacio, su tiempo y te prepararás para recibirle.

Si no te gusta cómo es la experiencia con algún jamón, no te cierres, intenta con algo más. Interésate por lo que puede decirte. El contexto adecuado puede entregarte las llaves del cielo. En el contexto adecuado, puedes abrir universos.

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