Cuando pase el temblor

Tengo “miedo” de que pase el temblor.

He tenido la oportunidad de haber experimentado dos grandes desastres en la Ciudad de México: 1985 y 2017. Con ellos, sus “antes”, sus “durante” y sus “después”. Del “después” del 2017 aún me falta por saber, pero si es un “después” como el de 1985 no quiero que pase el temblor. 

La soberbia y la indiferencia se cultivan en el “antes”. El hombre que se siente dueño de su destino se vive completamente, paradójicamente, a merced de tal destino. El hombre en el “antes” cree que no hay nada que temer y que no hay nada que no pueda conocer; pero este hombre no conoce la humildad. En la ilusión que le hace creer que es dueño de sí, se olvida de sí mismo en sus ocupaciones, en su ajetreada cotidianidad: no hay tiempo para nada más que el repetir una y otra vez su acostumbrado hacer. 

Así que estaba yo observando una mañana de domingo de 1985 mi vecindad y era como si todos estuvieran des-almados. Entonces pensé qué se necesitaría para traerlos a todos de vuelta y se me ocurrió que un sismo suficientemente fuerte garantizaría regresarlos. Sucedió tan pronto que hasta me sentí culpable de haber sugerido tal desgracia. La gente del “durante” fue otra y en su fragilidad descubierta se hacían más fuertes. El sismo marcó a todos los que lo vivieron. Con el tiempo, muchos olvidaron de nuevo —parece que la historia del hombre se marca por un continuo olvidar— lo que ese 19 de septiembre habían descubierto. Los desposeídos quedaron marginados, ignorados en su habitar paupérrimo. Los vicios se restablecieron y quedamos más pobres que antes porque sabiendo lo que podíamos hacer, lo que podíamos cambiar decidimos, en cambio, ignorar. 

El pasado 19 de septiembre, ahora de 2017, volvió a descubrir nuestro ser mexicano. Nos duele. Hemos permitido la corrupción o peor, la hemos fomentado. Hemos permitido que los desalmados tomen el control y nos hemos sometido ante quien sólo le importa enriquecerse. Facilitamos la mentira, nos burlamos cuando nos sentimos intocables, nos entretenemos ante las pantallas de televisión sin cuestionar por un segundo lo que estamos viendo. Vivimos del circo. Pero también vemos que juntos podemos y que podemos reconducir nuestra historia. 

Sólo los mexicanos no nos espantamos de las costumbres políticas, sólo los mexicanos pensamos que la política es sinónimo de mentira, corrupción, apadrinazgos; sólo los mexicanos creemos que el sistema de gobierno es inmutable. Un desastre nos muestra que todo puede cambiar en segundos y qué podemos juntos, como iguales, tejer otro modo de ser mexicano. Sí hemos visto suficiente esta vez, cuando pase el temblor las cosas de verdad habrán cambiado, si no es así entonces en verdad tengo miedo de que pase el temblor. 

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