No se necesita haber estado cerca de perder la vida para tener experiencia de tal posibilidad. Es más, ni siquiera este tipo de experiencias logran arrancar a todos del "pero todavía yo no" que funciona de tabla de salvación.
Pero no sólo mueren los individuos. También mueren las relaciones, los placeres, los contextos, las ideas, los estados políticos y sociales… vaya, las situaciones sobre las que uno se experimenta como uno mismo. Somos en situación. Nos definimos por la situación en la que nos queremos encontrar, la situaciones en las que hemos estado y la situación en la que nos encontramos. Y todas ellas mueren.
Nada permanece. Nada.
La vida se nos escapa entre los dedos sin que podamos hacer nada de modo que, en un acto de cordura, olvidamos la muerte aunque nos la pasemos despidiéndonos de lo ya sido.
La plática reconfortante llegará a su fin. El hambre que me permite disfrutar del bocado que me llevo a la boca, se terminará. El amanecer acabará al igual que el anochecer. Un día terminaremos de recordar los rostros que ya no vemos. Acabaremos una y otra vez, época tras época. Todo es una flor de una sola vez.
Mira, toca, oye, huele, prueba, piensa aquello que amas… un día ya no estará.
Con cada muerte, mueres. Mueres hasta que te toque morir para alguien o a algo por última vez.
Mueres pero no apartas la mirada de la vida aunque es como un suelo que pierde fondo tan pronto lo pisas. Cada vez que cierras los ojos, algo desaparece. Pero corres a posar la vista en lo que todavía está ahí y en lo que recién ha aparecido para que la nada no te coma.
Todo pasa y lo dejas pasar como si ello fuera una nada mientras te tienes a ti. ¿Pero quién serías sí de una perdieras todo lo que usas para definirte? Serías una foto de algo que fue, hasta que ella empiece a desdibujarse.
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