Meg Rose Angel


Uno no sabe de este sentir hasta que no tiene una mascota, hasta que no comparte uno con ella momentos importantes, de esos momentos que voltean tu vida.

Uno no sabe que esperar cuando este particular ser entra en tu vida. No sabe, aunque lea historias, aunque escuche anécdotas, aunque sepa que ella vivirá probablemente menos. Uno no sabe nada, no puede saberlo, porque la experiencia es única en la vida. No hay razones que te salven de este sentir, no hay dónde esconderse. 

La existencia es un regalo enorme aunque muchas veces duela. 

Querer a una mascota es muy distinto a querer a una persona. No se trata de cercanías o de intensidades. Simplemente se siente distinto en el cuerpo. Te toma por entero muy a su manera para quedarse a vivir en ti. Se instala dentro tuyo suave y sigilosa, te ocupa por entero sin que sientas que toma nada de ti. Y cuando se va dejándote intacto el amor, sin palabras, sin súplicas, sin peticiones,... y parece increíble que ya no esté más, no hay culpa más sincera que sientas que esa que toma el lugar de ella por no haber deseado que se quedara aunque su cuerpo ya le fuera todo un lastre. 

Nunca se viven suficientes muertes, nunca se está preparado. Cada vez el avistamiento de la nada te arrebata los sentidos.  

Ahora entiendo la necesidad religiosa del cielo. Una persona te ofrece palabras, te puedes despedir, es más fácil recordarle por cuanto puedes referirte a ella desde el pensamiento. Una mascota, por el contrario, es toda sentimientos, es toda ella una experiencia sensorial, sin diálogos explícitos, de comunicación interior que te arraiga y luego te suelta de una para que vueles. 

Ella no me define ante los otros, ella no le da sentido a mi vida. Ella estuvo sólo aquí para compartirse y para demandar mi atención, para sacarme de la cama, para levantarme del sillón, para hacer que volviera temprano a casa y todo a través de sus ojos y su presencia fuerte. 

Ojalá esté corriendo en una pradera de pasto suave y verde brillante, entre mariposas y cercas para brincar. Ojalá el cielo lo compartamos todos y haya estado ahí mi papá para recibirla. 

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