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El placer de comer

Comer es un placer; comer bien, un deleite; comer acompañado, una bendición.

Me gustaría decir que cada comida que hago la disfruto mucho, como lo hace mi mamá, pero no ha sido así: he comido sin hambre, he comido por cortesía, he comido porque "tengo" que comer. Afortunadamente también he comido como si los mismos ángeles hubieran cocinado y me estuvieran acompañando a comer. Muchas veces he constatado la existencia de Dios a través del paladar. Comer te puede llevar al cielo o al infierno (como todo en la vida).

Tiene bastante tiempo que inicié una lista de mis encuentros memorables con la comida, sólo para no olvidar una de las bendiciones de la vida. De la lista me quedan dos hojitas mordisqueadas... qué triste, algunas de las cosas que leo, aunque están ahí escritas y sé que lo probé, ya no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es de la sensación del primer bocado (de lo que sea que esté comiendo), es como sentirte en el paraíso, como si el tiempo se detuviera y no importara más nada que cerrar los ojos y disfrutar.

También es curioso que en algunos de esos momentos memorables no esperaba disfrutar tanto de algo. En un restaurante uruguayo, por ejemplo, se puede esperar buena carne pero yo me encontré con un excelente pan. Detesto el jitomate y en un hotel probé la sopa de jitomate fría más deliciosa, en otro hotel una especie de pico de gallo excepcional. La mejor mostaza no la saboreé en Dijon (donde comí un delicioso Kebab), sino en Lucerna. La mejor pizza la comí en Paris y el mejor rissotto en Zurich, ¡no fue en Italia! Las joyas que te da la vida las encuentras en los lugares que menos te esperas.

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