Recordar como señal de lo que está por venir
Hace unos años perdí la memoria. Fue como si no hubiera vivido nada, como si todo estuviera sobrado de malos presagios, de una oscuridad insondable, una nada de vértigo pasmoso. Recuerda, alguien me decía, recuerda cuando reíste. Nada.
Los días se pasaban uno tras otro con dificultad, como en un laberinto que das vueltas y vueltas sin poder respirar y sintiendo que no has cambiado de lugar. Sucede una y otra vez, cubriendo de una densa neblina tus amores, tu anhelo. En ese entonces podía contar mi historia, claro, ese tipo de historia con fechas y hechos que no decían mucho sobre quién había dejado de ser. Estuve perdida, bastón en mano, caminando sin parar entre el lodo que me decía que parara. No camines más, me dijo la oscuridad. Detente, me dijo la incertidumbre. No sigas, me dijo el vacío. Y la gente, afuera me gritaba: ¡Échale ganas! ¡Sal de tu zona de confort! ¡Ponte a hacer algo! ¡Todo está en tu mente! ¡El tiempo se te está escapando! Hincaba la rodilla en el fango, me llevaba la mano al pecho, tomaba aire y me volvía a levantar, día tras día, sin saber hacia dónde iba.
La noche oscura del alma no dura una noche… ni un año.
¿Cómo ir hacia algún lado si no sabes dónde estás? Todas las direcciones son lo mismo. Izquierda, derecha, adelante, atrás. Todo da lo mismo. No sabes nada y muy pronto dejas de desear algo.
¿Quién soy?
En la noche a veces la respuesta está en quién fuimos cuando era de día.
¿Cuándo dejó de ser de día? No me acordaba. Sólo tenía en mi cabeza seguir como fuera. Llegó el día en que pensé que nada de esto tenía sentido y me quise soltar y sentí un miedo abrumador. No pude.
No recordaba los amigos de mi juventud, de mi adolescencia, de mi infancia. Es que no tuve amigos, me dije. La soledad del momento me aseguraba que siempre había sido así. ¿A dónde se fueron los afectos?
Y antes de acordarme de algo se sucedieron más pérdidas. Cualquier metáfora para explicar esto ahora mismo me parece ridícula.
Y me agarré de la lagartija que veía desde mi ventana, de los libros sin leer en mi librero, de los cuadernos en blanco por llenar. "Mi vida no puede acabar así", pensaba una y otra vez. El pesimismo daba dos pasos al frente y me decía que por su puesto que sí, o que en tal caso acabaría peor. Me dejaba mensajes a mí misma por la casa para decirme que esto iba a pasar, que esto era producto de mi mente. "Esto", ¿qué es "esto"?
Podía ver claramente que la situación no tenía lógica, que la oscuridad no la producía directamente mi pensamiento sino que ella era la que distorsionaba lo que pensaba. Sabía cuál era la voz del pesimismo y sabía que afirmar lo contrario era igualmente válido y "real". Pero nada de ello me sacaba de aquel pozo sin luz. La idea de la luz se había transformado de certeza a mera ilusión. El mundo del ser humano es muy frágil.
Tiene poco que he comenzado a recordar, a revivir fragmentos de mi tiempo. Siento una nostalgia que me abraza, el recuerdo de mi propio hogar. Lo que me solía gustar me está llamando de vuelta. Has dado largo paseo, me dicen aquellos instantes que brillan para llamarme la atención. Instantes como estrellas que están comenzando a constelar, resignificando mi historia, esa historia que dice quién soy de verdad.
Que los dioses sean benignos y esos instantes se expandan cubriendo mi tiempo por completo, mostrándome ahora que la oscuridad no ha sido mas que el umbral de lo que mi corazón siempre ha querido para mí.
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