Supongamos que justo ahora tenemos la respuesta definitiva de lo que es ser mujer: es ser A, B y C; es comportarse D, E y F; es vestirse G, H e I… ¿Qué hacemos con la respuesta? ¿Evaluamos a todas aquella que dicen ser mujeres para ver si pasan la prueba? ¿Nos sometemos a ser, nosotras la mujeres, como se dice que debe de ser una mujer? Y… ¿qué tal si los que quieren cambiarse al género femenino lo usan de manual para una pronta incorporación al gremio? No sé si ven lo ridículo del tema. Bueno, pues así de ridículos nos comportamos los humanos.
Una mujer está sujeta constantemente a juicio por otras mujeres que sienten que tienen todas las de la "ley" para catalogar a la colega, en tanto que ella misma juzga, a su vez, a otra. Una mujer se ofende por la manera en que es señalada pero por debajo lo usa para su beneficio. Los del otro bando, los hombres, caracterizan a una mujer de varias maneras: para elevarla a objeto de deseo; para bocabajearla y burlarse asumiendo una supuesta superioridad de género sobre ella; para ofenderla señalando sus similitudes con lo masculino si es que éste se ve amenazado; para ponerla en un altar señalando su aspecto virginal marginándola de una vida plena; para exigirle destreza en dar placer sexual…
Todos los roles que desempeña un humano están cargados de juicios morales. Lo bueno, lo malo. Todos queremos estar en el bando adecuado. Todos queremos conformarnos. Todos renegamos de alguna manera de lo que somos. Las categorías, sean de género o de lo que sea, nos separan; una vez que esta marcada la separación empieza el juego entre equipos. Hay quienes creen que luchar por su integración como igual es distinguirse como diferente con derechos para hacer lo que el otro. ¿Qué necesidad de separarse y rejuntarse en bandos?
Tal vez si optáramos por los derechos a simplemente ser lo que se es… a los derechos de uno y a los derechos del otro… a los derechos de todos en nuestra singularidad (en nuestra existencia). ¿Y si dejáramos ya de competir? ¿Y si dejáramos de sentirnos más (o menos)? ¿Y si le diéramos el valor al otro que queremos que nos den a nosotros mismos en lugar de optar por quitárselo? ¿Y si optáramos por la libertad madura y consciente?
Una mujer está sujeta constantemente a juicio por otras mujeres que sienten que tienen todas las de la "ley" para catalogar a la colega, en tanto que ella misma juzga, a su vez, a otra. Una mujer se ofende por la manera en que es señalada pero por debajo lo usa para su beneficio. Los del otro bando, los hombres, caracterizan a una mujer de varias maneras: para elevarla a objeto de deseo; para bocabajearla y burlarse asumiendo una supuesta superioridad de género sobre ella; para ofenderla señalando sus similitudes con lo masculino si es que éste se ve amenazado; para ponerla en un altar señalando su aspecto virginal marginándola de una vida plena; para exigirle destreza en dar placer sexual…
Todos los roles que desempeña un humano están cargados de juicios morales. Lo bueno, lo malo. Todos queremos estar en el bando adecuado. Todos queremos conformarnos. Todos renegamos de alguna manera de lo que somos. Las categorías, sean de género o de lo que sea, nos separan; una vez que esta marcada la separación empieza el juego entre equipos. Hay quienes creen que luchar por su integración como igual es distinguirse como diferente con derechos para hacer lo que el otro. ¿Qué necesidad de separarse y rejuntarse en bandos?
Tal vez si optáramos por los derechos a simplemente ser lo que se es… a los derechos de uno y a los derechos del otro… a los derechos de todos en nuestra singularidad (en nuestra existencia). ¿Y si dejáramos ya de competir? ¿Y si dejáramos de sentirnos más (o menos)? ¿Y si le diéramos el valor al otro que queremos que nos den a nosotros mismos en lugar de optar por quitárselo? ¿Y si optáramos por la libertad madura y consciente?
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