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Haciendo espacio para lo nuevo


Coincidió que reacomodé el espacio de mi estudio con la lectura de Infinito en un junco. Junto a mi escritorio tenía multitud de notas de mi tesis de la maestría, libros relacionados con mi investigación y, pidiendo espacio, dos novelas nuevas, algunos libros sobre dibujos, libros sobre mis último interés sobre arquetipos desde el Tarot y la Astrología… y finalmente mi reciente adquisición: un libro de Joseph Campbell sobre la felicidad.

En el reacomodo un banco donde ponía varios libros cambió su ocupación a banco de ayuda para subir a la cama para mi perrita Abril, así que tenía un montón de cosas sin lugar y un montón de intereses mezclados. Mi librero ya está al full. Necesitaba tomar una decisión sobre el montón de fotocopias y notas, sobre los libros que pasarían a una caja y los que se quedarían en las repisas.

Empecé por ver mis notas de investigación, hojas y hojas escritas a mano sobre el pensamiento de Heidegger. Recordé los días que sufría por sacar de los libros algo con sentido, no porque no estuvieran los textos de Heidegger cargados de ello, sino porque la lectura era complicada y mis facultades se veían comprometidas con la ansiedad y la depresión que llegaron a entrometerse a mi vida por algunos años y por coincidencia compartieron el tiempo en el que estuve en la maestría de Filosofía. No lo pensé mucho. De volver a Heidegger lo haría desde sus textos y no desde mis notas. Y así comenzó a hacerse la pila del adiós.

Abrí la caja en la que tenía copias, revistas y notas que ya hacía más de 5 años que no las visitaba. Ahí, libros de Arquitectura Empresarial de cuando hacía de ingeniera. No pude ponerlos en la pila del adiós, los volví a guardar. Revistas de Hardvard Business de la misma época. Me recordé, me extrañé y me despedí. Todas las revistas a la pila a la que les siguieron mis notas de las clases de Italiano, Alemán y Francés; la de las clases de Sueco conservaron su lugar en calidad de recuerdo. Quedó espacio suficiente para que las copias de misa clases de la licenciatura en Filosofía entraran a resguardo junto con mis notas de aquella clase especial que tomé, antes de decidirme a entrar a la Facultad de Filosofía, sobre el Popol Vuh y que produjo un trabajo final del que estoy muy orgullosa porque lo hice cuando mi papá estaba en el hospital donde nos despedimos hasta la próxima vida, y porque habla de colores y los colores me encantan.

Y entonces, ahí en la página que seguía en mi lectura del Infinito en un junco, me dijeron: «Elegir es, de alguna forma, salvaguardar». Salvaguardamos lo que atesoramos, los símbolos y relatos del sentido que damos a nuestra vida. Me estaba eligiendo y me estaba dejando ir. Y, como dice Irene Vallejo, me quedé con lo que me inspira y también con lo que me recuerda lo dolorosas que pueden ser ciertas verdades porque ambas le dan sentido a mi vida ahora.

Me encantan los libros y ya no tengo lugar para los que quieren llegar a acompañarme. Apenas y pude poner orden con lo que tenía aún cuando la pila del adiós era lo suficientemente grande para hacer tres viajes del estudio a la puerta de salida de mi casa. «Elegir es, de alguna forma, salvaguardar». Necesito otro librero, no he terminado de leer, no he terminado de desear, no se ha apagado mi curiosidad. Esta soy yo. Un libro es una forma de decirme SÍ.

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