La pregunta se mantiene, ¿qué hacer?
En algún lugar leí que, a juicio de ese blogger, lo mejor era sentarse en soledad a pensar sobre el sentido de la vida en contraposición a sentarse a perderse entre el bullicio de la televisión. Yo ya no sé, no me atrevería ya a recomendar nada.
Sí, es bueno ejercer la libertad de pensamiento, pero pensar por uno mismo no es un paseo en un campo de flores. En mi caso, la pregunta por el sentido de la vida llegó hace tiempo —no recuerdo cuándo ni cómo ni dónde— pero ni tengo la respuesta ni la pregunta me ha abandonado. Pensar puede ser peligroso. No pensar puede ser peligroso.
Vivimos por corto tiempo, los perritos viven todavía menos pero se atormentan muy poco, así que a lo mejor lo que viven lo viven mejor que nosotros que estamos llenos de recursos mentales. Nuestra mente es nuestro don y nuestra maldición. Nuestros anhelos nos impulsan y no conseguir lo anhelado nos mantiene en una especie de "secuestro". Decimos que lo que queremos fundamentalmente es amor pero la verdad es que eso es muy profundo y en realidad poco sabemos de lo que es el amor; pienso que lo que comúnmente deseamos es sentirnos bien. Pensar a veces nos hace sentir bien. No pensar a veces nos hace sentir bien.
Así que queremos sentirnos bien, queremos sentirnos realizados. Sentirnos "realizados" es algo así como hacernos a nosotros mismos reales para nosotros mismos. Hacernos reales es dotarnos de sentido y eso significa sentir que somos de valor en un mundo con significado. La cuestión es que el valor está sujeto al contexto cultural al que pertenecemos y, por tanto, si no somos capaces de reconocer (o ser reconocidos) nuestro valor porque no poseemos lo que socialmente es valorado, ya estamos a un paso de la más profunda insatisfacción respecto de nosotros mismos.
Becker señala que la autoestima no la obtiene uno por sí mismo para sí mismo, la autoestima está sujeta a los estándares de valor adheridos a la cultura que dicta la forma en como vivimos. Y esa estructura cultural es algo que nadie quiere cuestionar y que nadie tiraría por la borda porque justamente los constructos culturales son lo que nos ayuda a reducir el miedo a la muerte. Esto es como un deadlock: veneno y medicina.
La vida no es fácil para el ser humano. Pensar o no pensar, ahí está el dilema. Cuestionar lo que te da seguridad es lanzarte al abismo de la incertidumbre y eso es lo que precisamente algunos filósofos llaman libertad. La vida desde los constructos mentales es un juego difícil. La vida en su crudeza que te empuja a matar para vivir (piensa un rato en todo lo que has comido en tu vida, en la necesidad que tienes de que existan los menos favorecidos para que tengas las comodidades que tienes) nos hace montar creencias para paliar la insoportabilidad de ser. Ante ello nos ponemos delante nuestro hacer bello (el arte) y nuestro hacer bueno (la compasión).
Con esto llego a lo que me hizo venir aquí hoy: escribir es mi forma de hacer bella y buena. Esto es lo que tengo para dar al mundo, esto es lo mejor de mí.
Yo quisiera escribir y que el mundo se llene de amor, pero soy humana y tengo mucha experiencia en el sufrimiento en mi camino a descubrir el amor. A veces quisiera gritar-escribir dolor porque no puedo tolerarlo más dentro de mí, pero ¿qué culpa tiene el mundo para recibir más dolor? Entonces siento que no tengo nada para dar y me pongo triste. Los grandes artistas convierten el dolor en belleza, los grandes maestros espirituales convierten el dolor en comprensión amorosa. Yo busco y busco como darle un sentido a todo esto que experimento. Yo escribo.
Emerson dice que el haber descubierto que existimos es propiamente la caída del hombre (Fall of Man). Nuestra forma de comprender el mundo va cargada de nuestro inevitable sesgo cognitivo. Sabemos que vemos el mundo de manera distorsionada, sabemos que inevitablemente erramos. Pero esa distorsión es lo que tenemos para crear.
Sí, es bueno ejercer la libertad de pensamiento, pero pensar por uno mismo no es un paseo en un campo de flores. En mi caso, la pregunta por el sentido de la vida llegó hace tiempo —no recuerdo cuándo ni cómo ni dónde— pero ni tengo la respuesta ni la pregunta me ha abandonado. Pensar puede ser peligroso. No pensar puede ser peligroso.
Vivimos por corto tiempo, los perritos viven todavía menos pero se atormentan muy poco, así que a lo mejor lo que viven lo viven mejor que nosotros que estamos llenos de recursos mentales. Nuestra mente es nuestro don y nuestra maldición. Nuestros anhelos nos impulsan y no conseguir lo anhelado nos mantiene en una especie de "secuestro". Decimos que lo que queremos fundamentalmente es amor pero la verdad es que eso es muy profundo y en realidad poco sabemos de lo que es el amor; pienso que lo que comúnmente deseamos es sentirnos bien. Pensar a veces nos hace sentir bien. No pensar a veces nos hace sentir bien.
Así que queremos sentirnos bien, queremos sentirnos realizados. Sentirnos "realizados" es algo así como hacernos a nosotros mismos reales para nosotros mismos. Hacernos reales es dotarnos de sentido y eso significa sentir que somos de valor en un mundo con significado. La cuestión es que el valor está sujeto al contexto cultural al que pertenecemos y, por tanto, si no somos capaces de reconocer (o ser reconocidos) nuestro valor porque no poseemos lo que socialmente es valorado, ya estamos a un paso de la más profunda insatisfacción respecto de nosotros mismos.
Becker señala que la autoestima no la obtiene uno por sí mismo para sí mismo, la autoestima está sujeta a los estándares de valor adheridos a la cultura que dicta la forma en como vivimos. Y esa estructura cultural es algo que nadie quiere cuestionar y que nadie tiraría por la borda porque justamente los constructos culturales son lo que nos ayuda a reducir el miedo a la muerte. Esto es como un deadlock: veneno y medicina.
La vida no es fácil para el ser humano. Pensar o no pensar, ahí está el dilema. Cuestionar lo que te da seguridad es lanzarte al abismo de la incertidumbre y eso es lo que precisamente algunos filósofos llaman libertad. La vida desde los constructos mentales es un juego difícil. La vida en su crudeza que te empuja a matar para vivir (piensa un rato en todo lo que has comido en tu vida, en la necesidad que tienes de que existan los menos favorecidos para que tengas las comodidades que tienes) nos hace montar creencias para paliar la insoportabilidad de ser. Ante ello nos ponemos delante nuestro hacer bello (el arte) y nuestro hacer bueno (la compasión).
Con esto llego a lo que me hizo venir aquí hoy: escribir es mi forma de hacer bella y buena. Esto es lo que tengo para dar al mundo, esto es lo mejor de mí.
Yo quisiera escribir y que el mundo se llene de amor, pero soy humana y tengo mucha experiencia en el sufrimiento en mi camino a descubrir el amor. A veces quisiera gritar-escribir dolor porque no puedo tolerarlo más dentro de mí, pero ¿qué culpa tiene el mundo para recibir más dolor? Entonces siento que no tengo nada para dar y me pongo triste. Los grandes artistas convierten el dolor en belleza, los grandes maestros espirituales convierten el dolor en comprensión amorosa. Yo busco y busco como darle un sentido a todo esto que experimento. Yo escribo.
Emerson dice que el haber descubierto que existimos es propiamente la caída del hombre (Fall of Man). Nuestra forma de comprender el mundo va cargada de nuestro inevitable sesgo cognitivo. Sabemos que vemos el mundo de manera distorsionada, sabemos que inevitablemente erramos. Pero esa distorsión es lo que tenemos para crear.
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