Amor, tiempo y muerte

Todos anhelamos amor; todos queremos más tiempo porque aquello que anhelamos aún no llega o porque no queremos que, si llegó, acabe; todos tememos a la muerte porque ello implica no más tiempo y no más amor.

Todos enfrentamos algo difícil en la vida, por ahí dicen que ello corresponde con nuestra capacidad de afrontarlo (suena bien pero algunos reciben más de lo que pueden afrontar… o sólo que lo que pasa es que no saben que sí pueden).

El tiempo a veces es lo que dura algo. Aunque sabemos que lo bueno acaba, que la risa no es eterna, nos olvidamos de atribuirle al sufrimiento también una duración. Todo acaba, pero así es como es posible que también todo comience. Cuando no dejamos ir algo, lo lindo o no no tan lindo, creemos que le extendemos, pero es sólo una ilusión. Las cosas acaban con o sin nuestra venia y también comienzan sin ella. Y si todo sucede así, ¿en qué tenemos injerencia?

Creemos saberlo todo, creemos ser capaces de construir computadoras que lo sepan todo, que lo analicen todo. Creemos que acumular información nos dota de gran poder. Pero, ¿cómo puede suceder esto ni no sabemos por qué nos sentimos como nos sentimos cuando pensamos que deberíamos sentirnos de otra forma?

Creo que somos ductos interconectados de experiencia. Somos vehículo de la experiencia y somos observador de la experiencia. Y nunca experimentamos algo en el vacío, es decir, en aislamiento; nuestras experiencias impactan porque nos hacen sentir como nos sentimos y porque ello se ve en lo que comunicamos. Somos observadores que comparten experiencias y somos observadores en tanto haya algo por compartir. La cuestión aquí es ¿por qué preferimos andar por la vida diciendo lo que no sentimos?, ¿por qué preferimos crear un mundo de mentira? Lo que sentimos es lo único que tenemos y generalmente lo que sentimos es amor en el sentido más amplio: apertura a la experiencia.

La experiencia es lo que está siendo, no lo que se busca que sea ni la repetición de lo que ya fue. Pero la memoria se mete en el camino y guarda su selección de lo experimentado y también recuerda partes y luego con todo ello nos damos a la tarea de la interpretación. Entonces, la experiencia se convierte en un cuento y sólo vivimos de cuentos porque los cuentos están ordenados y dicen lo que queremos (consciente o inconscientemente) que digan. Desde luego que nadie quiere perder la memoria y nadie quiere dejar de contar sus cuentos, pero en el aseguramiento de ello, nos pasamos de largo por la experiencia misma y no sabemos nada de qué es eso del observador porque siempre hemos privilegiado al intérprete.

El tiempo permite la interpretación, el poder contar cuentos. La muerte acaba con esa posibilidad, pero si nos fijamos bien, el amor también acaba con el tiempo porque al amor no le gusta andar de cuentos. Yo creo que la vida se trata de experimentar el amor, lo demás son puros cuentos.

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