¿Qué es el tiempo?
Al observar que usos y costumbres están ya no sólo en desuso sino a punto del olvido, podemos decir que hemos vivido mucho. Pero si observamos los cambios del pensamiento humano, entonces parece que no hemos vivido tanto.
Recién me pasaron una lista de cosas que solían existir cuando era niña, la lista pretendía confirmar a quién reconociera haber experimentado un número suficiente de la lista, que podía ya darse por acabado, a punto de entregar el equipo. Pero a mí no me causó esa impresión. Tengo muchas razones para considerarme en pañales. No creo que pueda medir mi edad por tiempo de permanencia en la Tierra.
Recordar todo lo que solía ser me trae felicidad. Fueron buenos esos momentos es que me permitía mirar al techo por horas y dejar que los pensamientos pasaran por mi cabeza sin un fin específico. Cuando me permitía hacer eso, a mi abuelito le gustaba poner sus discos de 45 y 78 rpm en una tornamesa que medía algo así como un metro de largo por ochenta y cinco centímetros de alto, mi abuelita escuchaba misa en latín, mi colección de Cantinflas Show y Heidi estaba guardada en un ropero hermoso color negro al que mi abuelito le aplicaba de vez en vez laca. En ese tiempo ser vecino era más que compartir una cercanía geográfica y las tradiciones que seguíamos en casa eran catalólicas, y me gustaban porque incluían regalar flores, cantar y usar jorongos de jerga. Todo eso ha desaparecido.
Pero, por el contrario, el cuestionar la verdad era algo que apenas dos pensadores 100 años atrás ponían sobre la mesa y nadie en mi casa se le ocurría que la verdad pudiera ser algo no tan explícito. Ese cuestionamiento poco ha sido entendido y cada vez menos gente considera importante pensar cosas como la verdad. Cuando yo tenía seis años, un filósofo que dedicó décadas de estudio a uno de esos dos pensadores, luego de haber producido una obra monumental, moría. Yo apenas hace relativamente poco tiempo que estoy lo estoy leyendo y eso me hace sentir de cierta manera una infante.
Recordar lo que solía ser a veces trae nostalgia por la apertura con la que aceptábamos las cosas que se presentaban, no por las cosas en sí. Nos extrañamos más a nosotros que a las cosas pero decimos que son las cosas, los usos y las costumbres lo que hechamos de menos.
Quizá si nos abriéramos con curiosidad a lo nuevo que se presenta no tendríamos tiempo para contar los años que hemos dejado atrás.
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