Es lunes (cuento)
Por Flor Coss
A veces el mundo duele, y duele tanto que lo mejor es dejar que pase el tiempo tratando de hacer el menor ruido posible. Atender el puesto; despachar dos, tres, los que sean, tacos; picar cebolla, partir limones; hacer como que se hace algo sin estar; recoger desperdicios (de los que sí se pueden recoger), limpiar platos, mirar el cazo y ver cuánto falta por vender. A veces uno está tan seguro que la vida no tiene ningún propósito, que mirar a la gente que viene a comprar al mercado le hace a uno sentirse como espectador de la película más irónica jamás ideada.
Vivir duele; no vivir, quién sabe... dicen que no... ojalá. Uno tiene planes: estudia, se hace uno de un buen trabajo, se casa, tiene hijos y, en lugar de tener una linda casa con olor a comida recién hecha saliendo de la cocina, con cuartos ocupados de risas y esperanzas, con cosillas menores como rodillas raspadas, tareas no cumplidas y pesadillas nocturnas, uno acaba solo a mitad del mercado de los lunes saludando a conocidos desconocidos.
La gente alrededor se va muriendo de a poco, a veces se van dos o tres en fila, uno dice “es lo mejor que pudo pasar” y a cambio recibo miradas de desprecio, vaya, hasta he sido enjuiciado como insensible-muerto-en-vida por una devota religiosa que puede aventarse un rosario mientras mata moscas y amonesta a los niños con la mirada. Insensible, me gustaría serlo y así buscar trabajo y casarme y tener hijos y tomar cerveza y mirar los partidos perpetuos de fútbol y jugar al dominó y hablar sólo de lo mal que lleva la oficina el jefe. Sí, me gustaría ser insensible y recuperar la esperanza.
La gente en el mercado camina sin mirar, parecen perdidos, compran la fruta más barata y regatean con el carnicero para luego ir por alguna película, algún disco, alguna nieve con chile, alguna vela milagrosa. Luego se preguntan por qué tienen anemia... Si se pudiera saber, de un pichanzo, la “anemia” que tienen en el cerebro y en las emociones, la Secretaría de Salud podría declarar emergencia nacional. Pero qué cosas digo, ¿quién quiere despertar al dolor?
Pero hoy es lunes (como pudiera ser cualquier otro día). Dicen que los lunes bajan los ángeles del cielo para cuidar de los desalmados; quizá hoy vengan por mí y me pongan a dormir.
A veces el mundo duele, y duele tanto que lo mejor es dejar que pase el tiempo tratando de hacer el menor ruido posible. Atender el puesto; despachar dos, tres, los que sean, tacos; picar cebolla, partir limones; hacer como que se hace algo sin estar; recoger desperdicios (de los que sí se pueden recoger), limpiar platos, mirar el cazo y ver cuánto falta por vender. A veces uno está tan seguro que la vida no tiene ningún propósito, que mirar a la gente que viene a comprar al mercado le hace a uno sentirse como espectador de la película más irónica jamás ideada.
Vivir duele; no vivir, quién sabe... dicen que no... ojalá. Uno tiene planes: estudia, se hace uno de un buen trabajo, se casa, tiene hijos y, en lugar de tener una linda casa con olor a comida recién hecha saliendo de la cocina, con cuartos ocupados de risas y esperanzas, con cosillas menores como rodillas raspadas, tareas no cumplidas y pesadillas nocturnas, uno acaba solo a mitad del mercado de los lunes saludando a conocidos desconocidos.
La gente alrededor se va muriendo de a poco, a veces se van dos o tres en fila, uno dice “es lo mejor que pudo pasar” y a cambio recibo miradas de desprecio, vaya, hasta he sido enjuiciado como insensible-muerto-en-vida por una devota religiosa que puede aventarse un rosario mientras mata moscas y amonesta a los niños con la mirada. Insensible, me gustaría serlo y así buscar trabajo y casarme y tener hijos y tomar cerveza y mirar los partidos perpetuos de fútbol y jugar al dominó y hablar sólo de lo mal que lleva la oficina el jefe. Sí, me gustaría ser insensible y recuperar la esperanza.
La gente en el mercado camina sin mirar, parecen perdidos, compran la fruta más barata y regatean con el carnicero para luego ir por alguna película, algún disco, alguna nieve con chile, alguna vela milagrosa. Luego se preguntan por qué tienen anemia... Si se pudiera saber, de un pichanzo, la “anemia” que tienen en el cerebro y en las emociones, la Secretaría de Salud podría declarar emergencia nacional. Pero qué cosas digo, ¿quién quiere despertar al dolor?
Pero hoy es lunes (como pudiera ser cualquier otro día). Dicen que los lunes bajan los ángeles del cielo para cuidar de los desalmados; quizá hoy vengan por mí y me pongan a dormir.
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