Södermalm

Vivo en Södermalm, abajo de Gamla Stan. Aunque la isla es pequeña (tan pequeña como la puede considerar un mexicano) hay paisajes de todo tipo: calles transitadas, calles solitarias, parques tranquilos o bien atestados de adultos jóvenes tomando el sol, escaleras solas o repletas de jóvenes tomando la comida de medio día, construcciones modernas y también empedrados que concentran barrios antiguos.

Parece que aquí nadie se detiene a vestirse como mejor le parece, es como si el miedo al ridículo no existiera (claro está que la fisonomía de la mayoría da para ponerse lo que sea). No importa que los pantalones desaparezcan los traseros de los chavos ni que parezca inevitable traer medias o mallones negros. Aquí se luce de todo sin estar proclamando que se es de una tribu o de otra como tanto cantan en el Distrito Federal.

Los automovilistas y ciclistas respetan el semáforo, los peatones no tanto. No se toca el claxon porque se tenga prisa ni se busca ganarle a peatón que aún no llega a la esquina para atravesar la calle. Muchos pasan por mi calle en su bici y desde temprano ya está una linea de bicicletas circulando hacia el norte.

Hay gente de diferentes razas y por primera vez he visto parejas de mujeres homosexuales, quizá sea que aquí son más abiertas a demostrar su afecto. Me parece que hay muchos bebés en carreolas y en camino. Lo que menos he visto son parejas de heterosexuales juntos, tomados de la mano.

Tanto he estado observando... Ayer que leía a H. G. Wells en The Time Machine subrayé esto que me gustaría tener presente cuando escribo sobre lo que veo:

“So watching, I began to put my interpretation upon the things I had seen, and as it shaped itself to me that evening, my interpretation was something in this way. (Afterwards I found I had got only a half-truth –or only a glimpse of one facet of the truth.)”

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