Proyecto: festividades


He pasado de largo las festividades de fin de año en varias ocasiones. Cada año me he estado diciendo que ahora sí haré algo, pero hasta ahora había estado fallando. La falla estaba en que, aunque era algo que deseaba, mi mente hacía a un lado todo deseo con la aplastante conclusión de que no tenía ningún sentido.

La lucha deseo vs. razón se activa desde el 14 de febrereo. "Qué ridiculez", dice mi cabeza; "Es puro consumismo", justifica mi mente; "¿Qué sentido tiene? uno debería demostrar el amor y la amistad todos los días", enfatiza la enfermiza razón. Y lo mismo pasa con mi cumpleaños, con el día de la madre, las fiestas patrias, día de muertos, navidad y fin de año.

En realidad no hay diferencia entre un día cualquiera y los días de las festividades. En realidad todos son días de los que se cuelga el marketing para fomentar el consumo. Sí, ajá. Por otro lado, ¿quién quiere vivir una vida plana e indiferenciada, desprovista de todo decorado?

¿La productividad y la austeridad son las únicas formas de vida válidas? ¿Es disfrute es un gasto innecesario? La cosa es no exagerar ni a favor ni en contra, me digo. Ya estoy cansada de mis modos depresivos. A inicio de año, los eventos me llevaron a modificar mi vida por cuidar de mi mamá, lo cual significó para mí agregarle miseria a mi vida… y sin sentido.

A finales de octubre, de pronto me dieron ganas de simplemente ponerle una veladora a mi papá y mi hermano. Busqué una foto, la imprimí. Tomé unas velitas candelita que tenía y unos envases de vidrio para meter ahí las velitas. Eso era todo lo que tenía en casa. Llegué a casa de mi mamá con la intención de poner un altar con ello. La sorpresa fue que mi hermana había llevado unas calaveras con luz interior y había puesto una veladora. Entonces se me despertó el deseo, pero esta vez mi mente no lo acalló. Fui al mercado, compré una macetita de cempasúchil, un pan de muerto de esos con ajonjolí, unas mandarinas y dos pliegos de papel de china. Con todo y su simplicidad, se veía muy bonito. Prendía la veladora por las mañanas y las noches. Sentí confort en mi interior.

Ahora ya viene Navidad y se me antojan las nochebuenas y un arbolito. Tenía guardado un árbol que me regalaron hace años cuando me cambié de compañía telefónica. Lo saqué y me lo llevé a casa de mi mamá. Ya tiene lugar y espera a ser adornado. Esta vez lo lograré, tendré decorado navideño y no dejaré que mi cabeza se meta. No tengo que gastar, voy a hacer los adornos yo, le voy a dotar de sentido a mi vida… porque la vida tiene el sentido que uno le quiera dar (es decir, hay que dárselo).

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