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Soltar el control


Por alguna razón (educación, cultura, momento histórico, ideales sociales,…) crecí enfocada alrededor del control, desde el control de uno mismo hasta el control de las circunstancias para obtener resultados apegados a mi voluntad.

El aprendizaje más importante que he tenido en mi vida, aprendizaje de vida—comprensión del sentido/significado, quiero decir— ha sido la aceptación de soltar el ansia por el control, pese a toda recomendación psicológica y charlas de crecimiento personal. Teoría vs. Experiencia. Razón vs. Realidad.

"Tú puedes hacer lo que te propongas", "La voluntad (ojo, la frase original dice que la 'fe' pero muchos hemos entendido la 'voluntad') mueve montañas", "Querer es poder", "Yes, you can". Montonal de frases hechas y ejemplos heroicos de distinguidas —y por ende, extrañas y fuera del promedio— personas que aparentemente de la nada o desde precarias circunstancias han logrado proezas. Historias editadas para servir a la conformación de visiones de mundo en las que la voluntad es ídolo y personaje principal. Porque, ¿qué es el humano sin voluntad? Pero, ¿han observado los resultados de la empecinada, egocéntrica y sobre-exitada voluntad?

Las prácticas sociales de "ánimo" y el afán por el "empoderamiento" se han convertido en verdugos para quienes intento tras intento descubrimos que a veces no es falta ni de ganas ni de imaginación, a veces simplemente no se puede, a veces —para algunos de nosotros— la experiencia nos dice: suelta. Mi abuelita me decía: "A fuerza ni los zapatos entran". Y no es que haya que intentarlo con delicadeza, sino que todo intento de imponer la voluntad —por más sutilmente que se intente— es en realidad un acto de fuerza, un acto de violencia que ha de ser reflexionado.

Confrontación de voluntades 

No puedes ir en contra de la voluntad de otro, no puedes someterle. La historia nos dice que sí que se puede, que de eso va la historia de la humanidad, y lo asumimos con todo y las devastaciones, la guerra, el sufrimiento. Lo que no hemos entendido es que no podemos imponer nuestra voluntad y creer que hemos ganado. No podemos hacer que nos amen o que nos acepten por imposición. No podemos controlar al otro y pensar que, al hacerlo, el otro nos ama o nos acepta.

El coincidir, la unión, el compartir, el encuentro, la comunión; son un regalo, un obsequio de la vida. Nada aquí tiene que ver con la voluntad de llevar la batuta en la relación, nada tiene que ver con el control del otro.

La amistad no se conquista, se cultiva. El cultivar la amistad no es manipular para tener el tipo de relación que uno quiere, que uno se ha imaginado, sino ser con el otro, crecer juntos, cambiar el uno y el otro, aprender el uno del otro y siempre estar consciente de que tal coincidencia es un momento cuya extensión temporal no depende de nosotros. Es un regalo, un milagro si se le mira bien.

Y a veces los caminos se separan y aprendes a soltar. Una parte de ti se va con el otro, no sólo estás dejando ir al amigo, al compañero, también te despides de ti y eso te hace sentir que estás perdiendo el control. En una separación una parte de nosotros muere.

Y lo mismo sucede con la familia. Familia no es sinónimo de obligatoriedad en ningún sentido entre adultos. Sí, siempre seré hija, hermana, prima… pero eso no significa que deba bailar al ritmo del clan ni que ellos bailen al mío. Compartir un origen no significa automáticamente tener habilidades, gustos, intereses ni ética similares, por más que quiera. En este sentido, estoy aprendiendo a dejar ir mis expectativas sobre mi familia. Mi familia es la que es, no la que quiero que sea, "aunque me pare de pestañas" —como dice mi mamá—, me ha costado comprender que he sido muy necia, por mucho tiempo, al "pedirle peras al olmo".


No sé… pienso que quizá con las relaciones "fallidas" aprendemos a soltar la necesidad de ser amados. Yo he empezado con la aceptación de que necesito ser amada y de ahí comprendo mucho del motivo detrás de mis acciones; ya no quiero luchar contra mi necesidad, vaya, que ya no quiero controlarme a mí misma en el sentido de forzarme a ser quien no soy, entonces podré también aceptar que el otro no tiene que amarre como yo quiero que me ame y que yo no tengo porqué condicionar mi amor si no soy correspondida. Yo creo que el amor no puede ser condicionado. Lo que siento es muy bello como para reprimirlo porque no recibo lo mismo a cambio… y estoy aprendiendo que eso no significa "ponerme de tapete". 

Creo que amar tiene implícito el saber cuándo dejar ir. Amar es aprender a soltarnos a nosotros mismos.

El observador no controla la experiencia

He aprendido que el observador y la voluntad no es lo mismo. Por años creí que a lo que llamaba "yo" era una sola cosa, luego lo concebí como un punto unificador de distintos fenómenos que conformaban la experiencia (todo llevado por el cerebro) pero ello me llevaba a separar al cerebro del cuerpo como si el cuerpo tuviera un rango menor. Ya no me siento cómoda jerarquizándome, descomponiéndome en partes. La forma en como entendemos algo generalmente es conducida por una forma de pensamiento: el análisis. Queremos entender para poder controlar lo que estamos analizando pero si sólo usamos una forma para explicarlo todo nos quedamos cortos. Hay otras formas de pensamiento como la intuición o como la compresión que trasciende el dualismo (no creo que tenga un nombre en particular, al menos yo no lo he encontrado, simplemente lo refieren como un pensamiento distinto de la razón) y que me parece que te lleva a la observación distanciada de estructuras preconcebidas, a la observación que se hace desapegada de la identificación de uno mismo como el observador. Es una forma difícil de acceder cuando uno está buscando soluciones (control sobre las circunstancias). Observar sin querer cambiar nada no parece de mucha utilidad para la sociedad mecanisista, determinista y centrada en el poder del humano sobre el mundo.

Parece que todo lo que hacemos debe tener un porqué, debe seguir una agenda, tener una justificación y, lo peor (a mi parecer) ser monetizado. Pareciera como que lo valioso estuviera asentado sobre la producción, el progreso, el poder y el dinero. En este sentido el amor vale muy poco, al igual que observar una puesta de sol, la curiosidad gratuita, la contemplación de lo irresoluble, la vida por sí misma. Se ha perdido el respeto a lo que es.


Hemos aprendido a no aceptar la diversidad de nuestras experiencias. Sólo queremos sentirnos bien y cada vez mejor; queremos divertirnos y cada vez más. Rechazamos los cuerpos que nos siguen ciertas líneas de belleza, rechazamos los cuerpos viejos, las arrugas, las canas, la grasa. La persecución de la perfección la hemos entendido como la persecución de la felicidad. Siempre puedes mejor. ¿Cuándo nos aceptaremos tal cual somos? Aceptarse parece entenderse como dejadez, mediocridad, falta de ambición… falta de voluntad. Ni por un momento pensamos que aceptarse es amarse. El embellecimiento ha perdido su tono lúdico y de cuidado para convertirse en un implícito rechazo.

¿Podremos vernos, podremos ver, sin querer cambiar nada, sin querer apresar nada?

Me miro al espejo y veo que tengo canas. He pasado del "¡qué horror!" al "¡genial!". Mi hermano, más joven que yo, ha muerto y ya no tiene la posibilidad de vivir la experiencia de envejecer. 

No es fácil envejecer siendo mujer cuando todo el sistema de consumo se basa en negar la vejez como no sea para ofrecer seguros de vida y paquetes funerarios; cuando ser viejo es sinónimo de ser inútil, caduco, aburrido, feo, decadente… Quiero aprender a amar el paso del tiempo en mí sin querer ocultarlo, sin querer cambiarlo.

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