Como una flor
De vez en vez, desde hace unos años, me sobrecoge la idea de la muerte. Si alguien afligido por ella viniese a mí para encontrar una respuesta, seguramente le diría cosas maravillosas como poner la mirada en lo que tiene ahora mismo: vida. Pero cuando la afligida soy yo misma, la cosa cambia.
Pensar —aunque dicen que es justo lo que da origen a los sentimientos— racionalmente en un momento de sobrecogimiento emocional no resuelve la cosa. Creo en lo que dice D.T. Suzuki sobre el conocimiento verdadero: tener experiencia de él, introyectar lo que piensas, ser lo que piensas… o como lo diría la psicología desde la inteligencia emocional: ser coherente, pensar, sentir y actuar de manera alineada. Así que ¿cómo hacer del pensar, que quiere rescatarte de la angustia, el sentir desde dentro una idea (la del instante, la del ahora) como realidad? Porque aunque digamos que la realidad sucede en el ahora, ¿porqué no nos sentimos en ella, en la realidad, ahora?
Hoy debo volver al ensayo de Freud, La transitoriedad. Leer despacio, ir bebiendo palabra por palabra. ¿Es poeta el "poeta" que admira la naturaleza pero es incapaz de regocijarse con ella? ¿Puede alguien decir que es cuando es incapaz de participar conscientemente del estar inmerso en el ser? Somos, y somos naturaleza por más que nos hayamos divorciado de ella para someterla a nuestros proyectos de grandeza. El divorcio nos ha salido caro: desde la aniquilación de ecosistemas de los cuales dependemos pero seguimos creyendo que sólo son recursos a nuestra disposición (me pregunto si el texto del Génesis y su difusión a diestra y siniestra tiene algo de culpa cuando dice que un tal dios dijo que todo le era dado al hombre y el hombre había de dominar a todo aquello sobre la tierra), hasta las enfermedades psicológicas de la era moderna: ansiedad y depresión. El ser humano no a aprendido a ser con todo aquello de lo que él forma parte, por el contrario, se ha escindido de lo que le pueda dar un sentido real en tanto que "experienciable", es decir, no fabricado por historias y fábulas de la mente.
Volviendo al ensayo de Freud, ¿por qué otorgamos valor a lo eterno (dios, por ejemplo, o el más allá, o la solidez, o lo certero) si nada es eterno o "siempre así"? Freud se dio cuenta de que restábamos valor a lo transitorio. Sabemos que somos transitorios, cada una de las manifestaciones individuales de vida son transitorias y negándonos a ello creamos la idea del alma y con la ciencia detrás diciendo que la energía no se crea ni se destruye nos figuramos una idea de una sustancia eterna para resguardar en ella nuestra identidad, nuestras memorias, nuestro recuerdo de las experiencia tenidas que dicen: has existido. Las memorias y la identidad son cosa del pasado, la consciencia que reúne nuestra idea del yo es emergente, es decir, transitoria e insustancial. Cualquiera espantado con la idea de su muerte, cualquiera asido a su yo, correrá a asirse de cualquier cosa que le de certeza, que le de valor, que le garantice seguir siendo de alguna manera. El otro camino, el que se apega a la razón como certeza y acepta la transitoriedad, lleva al ser humano al sinsentido, al hastío del mundo, al peligroso nihilismo que resta de valor a todo. Extremos.
La exigencia de la eternidad, nos dice Freud, no es sino producto de nuestra vida desiderativa y, por ello, la eternidad es irreal. No hay excepciones, toda sigularidad manifiesta de la realidad (del todo, si se quiere ver así, de la energía) es transitoria y justamente, nos dice Freud, ahí está su valor y su belleza. «La restricción de la posibilidad del goce lo torna más apreciable». Pensar en el más allá como paliativo del dolor de nuestra muerte le resta valor a la vida que se tiene ahora.
«Si hay una flor que se abre una única noche, no por eso su florescencia nos parece menos esplendente.»
¿En qué nos fijamos cuando imaginamos una eternidad para esa flor, en su eminente camino a marchitarse o en su eminente resplandor de este instante? ¿No es pensar en el alma una forma de restarle valor a esta vida de aquí y ahora? ¿No es pensar en el alma un vivir de quimeras y rechazar la realidad que sostiene tu singularidad y se manifiesta desde sí llena de sentido?
La significación está atada a nuestra vida sensitiva, no hace falta una significación eterna y trascendental para que esa significación tenga valor por sí misma. Lo que hoy encuentro bello, lo que hoy escribo, lo que hoy experimento, no tiene porqué tener una duración absoluta ni ser validado y aprobado por otros o por alguna idea de absoluta otredad, para que me llene y le ame y le agradezca y le experimente en pleno, es decir, le viva en el instante mismo de su manifestación.
Del saber que algo acaba menoscaba su goce. Nos rehusamos a pasar por el duelo en el que nos deja la impermanencia. ¿No es ese rehuso un adelanto a sufrir el duelo de algo que pudo ser? ¿No es el rehuso un privarnos de las flores por el temor a verlas secarse? ¿No es el rehuso un instalarnos en lo estéril?
Somos como una flor, nuestras relaciones son como una flor. Vivir en el instante es regocijarse en ese florecimiento que deja ir lo que ya no es y le agradece su paso. Tenemos aún algo que aprender y su práctica es de todos los días: dejar ir lo que hemos sido, agradecerlo y experimentar abiertos a lo que es ahora, a lo que somos ahora y, en ultima instancia, y más importante, practicar el dejarnos ir como un acto de amor y valoración a nuestra transitoria manifestación.
Pensar —aunque dicen que es justo lo que da origen a los sentimientos— racionalmente en un momento de sobrecogimiento emocional no resuelve la cosa. Creo en lo que dice D.T. Suzuki sobre el conocimiento verdadero: tener experiencia de él, introyectar lo que piensas, ser lo que piensas… o como lo diría la psicología desde la inteligencia emocional: ser coherente, pensar, sentir y actuar de manera alineada. Así que ¿cómo hacer del pensar, que quiere rescatarte de la angustia, el sentir desde dentro una idea (la del instante, la del ahora) como realidad? Porque aunque digamos que la realidad sucede en el ahora, ¿porqué no nos sentimos en ella, en la realidad, ahora?
Hoy debo volver al ensayo de Freud, La transitoriedad. Leer despacio, ir bebiendo palabra por palabra. ¿Es poeta el "poeta" que admira la naturaleza pero es incapaz de regocijarse con ella? ¿Puede alguien decir que es cuando es incapaz de participar conscientemente del estar inmerso en el ser? Somos, y somos naturaleza por más que nos hayamos divorciado de ella para someterla a nuestros proyectos de grandeza. El divorcio nos ha salido caro: desde la aniquilación de ecosistemas de los cuales dependemos pero seguimos creyendo que sólo son recursos a nuestra disposición (me pregunto si el texto del Génesis y su difusión a diestra y siniestra tiene algo de culpa cuando dice que un tal dios dijo que todo le era dado al hombre y el hombre había de dominar a todo aquello sobre la tierra), hasta las enfermedades psicológicas de la era moderna: ansiedad y depresión. El ser humano no a aprendido a ser con todo aquello de lo que él forma parte, por el contrario, se ha escindido de lo que le pueda dar un sentido real en tanto que "experienciable", es decir, no fabricado por historias y fábulas de la mente.
Volviendo al ensayo de Freud, ¿por qué otorgamos valor a lo eterno (dios, por ejemplo, o el más allá, o la solidez, o lo certero) si nada es eterno o "siempre así"? Freud se dio cuenta de que restábamos valor a lo transitorio. Sabemos que somos transitorios, cada una de las manifestaciones individuales de vida son transitorias y negándonos a ello creamos la idea del alma y con la ciencia detrás diciendo que la energía no se crea ni se destruye nos figuramos una idea de una sustancia eterna para resguardar en ella nuestra identidad, nuestras memorias, nuestro recuerdo de las experiencia tenidas que dicen: has existido. Las memorias y la identidad son cosa del pasado, la consciencia que reúne nuestra idea del yo es emergente, es decir, transitoria e insustancial. Cualquiera espantado con la idea de su muerte, cualquiera asido a su yo, correrá a asirse de cualquier cosa que le de certeza, que le de valor, que le garantice seguir siendo de alguna manera. El otro camino, el que se apega a la razón como certeza y acepta la transitoriedad, lleva al ser humano al sinsentido, al hastío del mundo, al peligroso nihilismo que resta de valor a todo. Extremos.
La exigencia de la eternidad, nos dice Freud, no es sino producto de nuestra vida desiderativa y, por ello, la eternidad es irreal. No hay excepciones, toda sigularidad manifiesta de la realidad (del todo, si se quiere ver así, de la energía) es transitoria y justamente, nos dice Freud, ahí está su valor y su belleza. «La restricción de la posibilidad del goce lo torna más apreciable». Pensar en el más allá como paliativo del dolor de nuestra muerte le resta valor a la vida que se tiene ahora.
«Si hay una flor que se abre una única noche, no por eso su florescencia nos parece menos esplendente.»
¿En qué nos fijamos cuando imaginamos una eternidad para esa flor, en su eminente camino a marchitarse o en su eminente resplandor de este instante? ¿No es pensar en el alma una forma de restarle valor a esta vida de aquí y ahora? ¿No es pensar en el alma un vivir de quimeras y rechazar la realidad que sostiene tu singularidad y se manifiesta desde sí llena de sentido?
La significación está atada a nuestra vida sensitiva, no hace falta una significación eterna y trascendental para que esa significación tenga valor por sí misma. Lo que hoy encuentro bello, lo que hoy escribo, lo que hoy experimento, no tiene porqué tener una duración absoluta ni ser validado y aprobado por otros o por alguna idea de absoluta otredad, para que me llene y le ame y le agradezca y le experimente en pleno, es decir, le viva en el instante mismo de su manifestación.
Del saber que algo acaba menoscaba su goce. Nos rehusamos a pasar por el duelo en el que nos deja la impermanencia. ¿No es ese rehuso un adelanto a sufrir el duelo de algo que pudo ser? ¿No es el rehuso un privarnos de las flores por el temor a verlas secarse? ¿No es el rehuso un instalarnos en lo estéril?
Somos como una flor, nuestras relaciones son como una flor. Vivir en el instante es regocijarse en ese florecimiento que deja ir lo que ya no es y le agradece su paso. Tenemos aún algo que aprender y su práctica es de todos los días: dejar ir lo que hemos sido, agradecerlo y experimentar abiertos a lo que es ahora, a lo que somos ahora y, en ultima instancia, y más importante, practicar el dejarnos ir como un acto de amor y valoración a nuestra transitoria manifestación.
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