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Voy llegando a casa luego de un día de conferencias, el cuarto ya, en torno al pensar la ontología y la historia en un marco filosófico.

Tengo mucho en la cabeza pero está en un entre: entre el pensamiento filosófico sin ser propiamente el lenguaje de los doctos de las conferencias y entre el pensamiento cotidiano sin ser el pensamiento de todos los días. De modo que lo que tengo que decir no sé a quién le pueda importar, pero sigo escribiendo esperando que algún otro "entre" se encuentre por ahí y algo de esto le haga sentido.

Como cualquier asistente a cualquier tipo de congreso, hay cosas que me hacen mucho sentido, cosas que me emocionan, cosas que no entiendo, cosas que no me importan y cosas que no sé que hacer con ellas.

A mí la ontología emparentada con la estética me hace corto circuito, en toda mi descomunal ignorancia no sé por qué alguien se detiene a pensar en un disque arte porque según genera aperturidad, porque según esto el arte no necesita de explicaciones y pues justo ahí se rompe la teoría —la regla, pues— porque yo no entendía a qué venía una película de un lugar lejano, árido con niños jugando con un carrete de película. Luego de la explicación medio entendí lo que se planteaba. A mi parecer las aperturidades —un extrañamiento primero seguido de un intento de nombrarlo y que mueve al que lo presencia, que, además, dependiendo de la profundidad de la apertura puede llegar a transformarlo, a cambiar su modo de ser (de ahí la ontología)— se puede dar en cualquier momento y con cualquier cosa y que el arte muchas veces, la mayoría, tiene que ser explicado, es decir, se necesita de un contexto para apreciarlo. Pongamos por ejemplo un poema, un simple mortal lo lee y dice "ah" y nada, el poema no lo interpela porque no hay nada en su experiencia que le provoque sentido. En todo esto juega, entiendo, la disposición anímica, esto es, si estoy enojadísima no recibo de la misma manera un objeto que si estoy extasiada.

Luego, en todo este discurso pintan la raya a la tecnología y dicen que no quieren pensarla desde la tecnología haciendo el símil de no pensar un cuadro desde los pinceles. Pero toda obra (de arte o técnica o tecnológica) está impactada por todo aquello que le ha dado lugar. Yo veo cierto dispositivo tecnológico y me puedo quedar boquiabierta por todo lo que su existencia implica, pero claro, necesito el contexto y ello implica verlo también desde la tecnología, cierto que habrá quien lo vea y diga "ah".

Pero bueno, ya en este punto, habrá quienes hayan desistido de leer esto. Yo personalmente hubiera desistido porque me parece que hay cosas mucho más importantes que pensar como, siguiendo con el tema, la falta de extrañamiento.

Pues sí, el 80%, por poner un número, de la gente con la que tengo contacto es una piedra con patas, un merolico sin ideas propias, un auto ungido salvador de frases hechas, un acumulador de conocimiento, un sofista, una canica que rebota dentro de un círculo reducido, un ladrón de existencia, un conforme, una pobre víctima ficticia, un ya mero, un como salga, un planeador de la vida, una copia de modelos para las masas aunque se crean VIP. Viendo toda esta gente, ¿qué diablos importa una película que sólo muestra unos niños tras un carrete, que además te tienen que explicar lo que deberías ver —y no porque uno no sea capaz de extrañamiento? Crear absurdos no implica ni arte ni aperturas, el absurdo no se hace, es.

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