Me acuerdo todavía de la época en la que dejé de leer, lo más que hacía era hojear revistas y "leer" Archie y otras historietas. Afortunadamente mi papá puso fin a eso, las prohibió y además se ponía a platicar con mi mamá del último libro que habían leído; yo los miraba sintiéndome, al mismo tiempo, excluida e invitada: necesitaba tomar una decisión. Comencé a leer libros, literalmente sentía que me torcían el cerebro, fue doloroso pero lo logré, me sumergí en el mundo de la lectura "difícil", la lectura que me demandaba pensar, imaginar, cuestionar.
Crecí oyendo a mi papá decir con enjundia "¡Qué chulada de maíz pinto!" cuando le veía las piernas a mi mamá y después se las estrujaba con las mega-manotas que Dios le dio. Hasta hace poco no tenía una clara idea de lo hermoso que es el maíz azul (con el que hacen las tortillas azules que saben a gloria) hasta que de golpe lo vi en el mercado de Xochimilco, esta foto no me dejará mentir, su belleza es asombrosa.
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