Revisitando el 2006 desde donde miro el 1991


En algún momento me puse a escribir en un cuaderno lo que había escrito en torno al mismo tema (al que llamaré, ¿cómo lo llamaré?, mmm, qué tal "Quiebre Simbólico"). 

Ese momento sucedió (por ahí del 2019) luego de decidirme a escribir de una vez por todas sobre ese Quiebre Simbólico al que me había aproximado desde el año de 1991 y que había intentado plasmar a lo largo de los años intentando distintas aproximaciones (ninguna me funcionó, se quedaban ecos en unas cuantas paginas y luego abandonaba). Pude rescatar algunas, como la del 2006. El cuaderno resultó ser un intento más, pero al estar en físico, podía tenerlo presente todos los días.

Entonces, tenemos, para propósitos de rememoración posterior, las siguientes fechas: 

  • 1991. Quiebre Simbólico.
  • 2004. Aproximaciones (recuperadas en el cuaderno azul).
  • 2005. Aproximaciones (recuperadas en el cuaderno azul).
  • 2006. Aproximaciones (recuperadas en el cuaderno azul).
  • 2019. Cuaderno azul, reflexiones sobre la experiencia.
  • 2020. Semillas y aproximación dentro del libro "De madera otoñal"
  • 2021. Aproximación dentro del libro "Fractales azules"
  • 2022. La novela (en proceso)
De 1991 al 2022 tenemos 31 años de estarle dando vueltas al asunto. Este año comencé a replantearlo todo bajo el género de novela. Me está gustando muchísimo lo que voy leyendo mientras escribo.

En fin, que estoy repasando el material que tengo y quiero compartirles parte de lo que escribí en 2006 bajo el título de "Me recuerdo antes del regalo de la mujer del risco", ahora bajo los ojos del 2022.

Ser feliz es una camino largo para algunos de nosotros. Estar en la búsqueda de quién eres puede llevarte años. Luego no es tanto que no sepas sino que no lo siente como algo que puedas asir o comprometerte o mirar con claridad (como sí pareciera que se ve el "deber ser").

Cuando estás instalado en la comodidad, yendo de logro en logro, se cierra un mundo que te duele. Este mundo es tu propio mundo al que te tienes prohibido el paso porque las veces que has querido vivirte desde ahí te duele tanto que no te importa poner al descubierto tus sentimientos, tus secretos, y eso es demasiado para la gente que te rodea.

Entre 1989-1991 despertaba todos los días esperando que sucediera algo que moviera mis entrañas, que sacudiera mi consciencia y que me hiciera ver que hay algo más que el sinsentido de la cotidianidad. Tentaba al destino cambiando una y otra vez las rutas hacia la escuela y hacia mi casa, cruzaba la calle sólo porque sí, me detenía a sentir el viento o el sol. Dejaba mensajes escritos con gis en cuanto lugar me provocaba; mensajes para quien fuera y para alguien en particular que yo no conocía. Aprendí a dejarme llevar por la mano, sin censura; aprendía no tener miedo de lo que escribía, a no espantarme de lo que sentía y a desahogar la opresión de no saber cuánto tiempo más tendría que vivir a la espera.

Antes del Quiebre Simbólico escribía cosas como: "Nada me alienta, ya no quiero seguir", "No quiero llegar a ningún lado, porque llegar supone el descubrimiento de que nada ha pasado", "Me quito los zapatos para pisar el pasto y sentir que hay algo vivo", "Pies quebrados en su soledad, espantados de abandono", "No quiero morir como si nunca hubiera existido".

Busqué hasta en el lugar más ridículo un motivo, un alivio. Subía al último piso del edificio de mi facultad para colgar los pies hinchados de calor fuera del barandal. Me perdía en las canciones que escupía la radio. Coleccionaba notas de clases a las que asistí pero en las que nunca estuve. Subía a camiones para recorrer toda su ruta. Me detuve a contemplar los tenis de un hombre que se asomaban, debajo de una sábana a mitad de la calle, para ser vistos por curiosos que nunca tomarían partido. Me dejaba mecer por el ritmo del trolebús que nunca estaba a tiempo. Caminaba hasta que las piernas me temblaban, al tanto de fotos que nunca tomé y de gente que nunca conocí. Esquivaba espejos, evitaba mi mirada: no hay nada en mis ojos qué ver.

Hasta que un día, como cualquier otro, en un parque poblado de yerbas secas, una pequeña pregunta me inició en el sueño que me despertó: ¿Qué ves?

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