El arte de no tener prisa
No hay nada en este mundo de hoy que nos persuada de no tener prisa, al contrario, aquí no hay tiempo para nada, todo ya va tarde y lo más importante: estamos a un paso de la muerte.
Vivimos en un estado de aceleramiento que ha probado no llevarnos a ningún lado. Todas las decisiones apresuradas no hacen sino robarnos el tiempo bajo la aparente eficacia de quién ya siempre está puesto en marcha sin una evaluación detenida de dónde está y que es lo que realmente quiere.
Las decisiones apresuradas no sólo nos quitan el presente, también nos roban el futuro al llevarnos a situaciones caóticas que sólo lucieron razonables en los dos minutos que les dedicamos a pensarlas. Decidimos con base en nuestras angustias, pero peor todavía, decidimos basándonos en lo que debiéramos hacer para mantener en desarrollo el estado en el que nos vemos más deseables, más exitosos. Dicho de otra manera, decidimos con base en las apariencias y no de acuerdo a nuestras circunstancias. Decidimos como si tuviéramos vida de sobra y nunca se nos pasa por la cabeza que menos puede ser más, que detenerse, decir no, abstenerse, esperar, pensar, respirar, nos puede otorgar plenitud.
La muerte está a la vuelta de la esquina y ya levantamos el pie rumbo a ella. Corremos hacia el desgaste, hacia la desmesura, hacia los sueños de grandeza que hemos confeccionado con las propuestas del mercado, corremos en pos de ser otros distintos de nosotros mismos, vivimos en la falsa ilusión del placer que surge sólo de la masificada abundancia que arrebata al que no va montado en el mismo tren. Nos hemos olvidado de cómo es estar en tranquilidad.
La buena comida se disfruta despacio, cada bocado tiene su importancia y nunca se come pensando en lo que viene después porque eso sería sólo engullir sin degustar, la buena comida se come con mesura porque se aprecia como se llena la boca de sabor con un bocado moderado. Hemos olvidado cómo comer, estamos hambreados. Nos llevamos grandes trozos a la boca y ya vamos apartando comida que no sabemos si seremos capaces de deglutir, corremos ante un nuevo plato para probarlo antes que otros sin preguntarnos si ya estamos satisfechos o si se nos antoja, si nos hace ilusión. Comer más no es vivir más. Comer más no es ser más. No somos lo que comemos sino cómo lo comemos. La vida es aquello que dejamos detrás por seguir una fantasía prestada.
En este mundo de prisas ya no pensamos en que estamos con otros y que todos nos merecemos un lugar, que todos nos merecemos el disfrute. Nuestro quehacer se ha vuelto egoísta y los demás sólo existen para nuestro provecho o de lo contrario estorban.
¿Qué clase de vida desaforada estamos consumiendo? ¿Cuántos estamos viviendo por inercia siguiendo la corriente que ha pasado cerca de nosostros y nos ha llevado? ¿Quién tiene tiempo hoy para dejar de hacer lo de siempre, para detenerse y escucharse en silencio?
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