Comida y placer

La comida puede trasladarme de un estado depresivo al éxtasis. Comer cualquier cosa puede llevarme de estar bien a sentirme de lo más mal. Ojalá esto fuera suficiente para proveerme de la comida-ambrosía, pero no, soy humana y tengo mis grandes limitantes: muchas veces cómo sólo por que es hora o porque no hay nada mejor cerca o porque es más barato; luego sufro las consecuencias que a veces duran más de un día.
El cuerpo es la vía que nos posibilita todas las experiencias, mantenerlo en las mejores condiciones nos permite gozar, experimentar, aún más. El mantenimiento del cuerpo se realiza en varias áreas: la escucha, el acicalamiento, el ejercicio, el descanso, y la comida.
El placer a través de la comida va más allá de la ingestión de dulce y grasa... mucho más allá. El dulce y la grasa dan un placer inmediato, proveen de energía inmediata que se convierte un problema cuando uno no se dispone a hacer ejercicio sino a reposar. El placer inmediato se ve terminado con el sufrimiento a largo plazo.
Procurarse alimentos que dan placer a la vista, al olfato y al gusto, y que, además, garantizan el bienestar posterior es todo un arte y, por ello, toda una forma de vida gratificante.
Me encanta comer. Me molesta cuando lo hago mal y me causo daño. Me molesta tener dolor de estómago, de cabeza o sentirme incapaz de salir a correr.
Me encanta comer cuando justo lo que ingiero empieza a transformar toda mi visión del mundo y me siento viva. Me encanta recibir las bendiciones de tantas manos detrás de lo que como, del amor que un vitivinicultor le da a su vino, por ejemplo. Me gusta cuando el acto d comer es un acto de gratitud a la vida y a cada uno de los eventos que hicieron posible que yo beba un café, coma una galleta, me deleite con zanahorias y aún más cuando mi mesa luce divina y la música ambienta tan magnífico evento, como cuando un dios bebe ambrosía.
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