Consumo del ser
El ser humano ha abdicado ante sus propias creaciones: sus productos de consumo; el hombre se deja formar por ellos sin darse cuenta, se acostumbra a ellos, se adapta a sus adquisiciones y hasta desarrolla apego; el hombre es conforme a lo que tiene porque si no se tiene nada no se es. Parece que el hombre rechaza ser único e irrepetible y prefiere definirse a través de productos estandarizados, compartir necesidades estandarizadas, desear de forma estándar ¿para qué preguntarse qué se quiere si la respuesta está perfectamente documentada en revistas, comerciales de radio y TV, mainstreams, etc.? ¿Por qué estar satisfecho con el propio “césped” si el del vecino siempre es más verde? El ser humano se evita la penosa tarea de conocerse pero, en cambio, se entrega por completo a la labor de coleccionar objetos como si se recuperara así mismo y aún a sabiendas de que la satisfacción nunca llegará.
Decimos que somos únicos pero no aceptamos que el otro sea distinto, nos sentimos más cómodos si los otros se comportan conforme a lo esperado, si se ajustan al estándar. Cualquier desviación parece potencialmente peligrosa. “Si no se está con la sociedad se está en contra de ella”, pareciera ser el pensamiento común. Nunca le ha faltado al hombre a quién obedecer, en esta época manda el consumo, el mercado, la masificación; es mejor obedecer que hacerse responsable, mejor dormir que estar despierto, mejor comprar que no ser nadie a los ojos de la sociedad (y ojalá fuera sólo a los ojos de la sociedad, pero tú has llegado a creer que no eres nadie si no tienes). Si bien es imposible mantenerse al margen del consumo de mercancías, al menos el hombre podría preguntarse si en verdad desea un producto antes de comprarlo, al menos podría hacerse consciente del porqué lo está comprando en lugar de engañarse… al menos.
¿Y después de la compra qué viene? El despilfarro. Ya sea si el producto ya no me satisface y lo dejo olvidado en cualquier rincón, ya sea si por la compra me siento culpable y me obligo a usarlo al máximo (digamos usar el automóvil para ir a la esquina), ya sea si en el uso sin deseo lo que despilfarro es la propia vida.
Decimos que somos únicos pero no aceptamos que el otro sea distinto, nos sentimos más cómodos si los otros se comportan conforme a lo esperado, si se ajustan al estándar. Cualquier desviación parece potencialmente peligrosa. “Si no se está con la sociedad se está en contra de ella”, pareciera ser el pensamiento común. Nunca le ha faltado al hombre a quién obedecer, en esta época manda el consumo, el mercado, la masificación; es mejor obedecer que hacerse responsable, mejor dormir que estar despierto, mejor comprar que no ser nadie a los ojos de la sociedad (y ojalá fuera sólo a los ojos de la sociedad, pero tú has llegado a creer que no eres nadie si no tienes). Si bien es imposible mantenerse al margen del consumo de mercancías, al menos el hombre podría preguntarse si en verdad desea un producto antes de comprarlo, al menos podría hacerse consciente del porqué lo está comprando en lugar de engañarse… al menos.
¿Y después de la compra qué viene? El despilfarro. Ya sea si el producto ya no me satisface y lo dejo olvidado en cualquier rincón, ya sea si por la compra me siento culpable y me obligo a usarlo al máximo (digamos usar el automóvil para ir a la esquina), ya sea si en el uso sin deseo lo que despilfarro es la propia vida.
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