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¿Hay de suicidios a suicidios?

La muerte siempre me confronta, es la mano helada en la espalda que por más que ignores asegura que sientas profunda e inequívocamente su presencia.

La muerte no dice nada y quizá por eso lo cuestiona todo. Camus decía que lo que debería pensar en serio la filosofía era el suicidio. Pensar el suicidio va más allá del quién, el cómo y el cuándo; lo que realmente sobrecoge es el por qué y ese sobrecogimiento tiene que ver con el valor que le damos a la vida de ese que se ha suicidado.

Hablar del suicidio es hablar de los valores de la sociedad. No todos los muertos valen lo mismo porque no todas las vidas nos significan lo mismo. Así la cosa.

Si el suicidio tiene una causa social, les llamamos héroes. Si el que comete suicidio es un don nadie que nada más sufre y hace sufrir y no aporta nada a la sociedad, hasta podríamos pensar que ya se estaba tardando.  Pero si, en cambio, ese que se suicida representa una figura de éxito o consumimos su persona (la ligamos a nuestra identidad), y sucede así sin aviso, la cosa nos cae como bomba. ¿Debería darnos pena? (Esta es una pregunta muy seria, ¿hay de vidas a vidas?)

El suicidio es un tema mayor cuando quien se suicida deja un vacío, cuando ya se ha tenido la experiencia de suicidio de una persona cercana, cuando el suicidio toca las fibras de los que lo han rozado en su posibilidad desde la depresión o la ansiedad.

El suicidio es algo que tenemos que pensar con seriedad desde todas sus motivaciones. Empezando porque quien lo desea necesita el apoyo de la sociedad, ya sea para llevarlo a cabo de la manera menos traumática posible, ya sea para no hacerlo desde un estado anímico donde claramente no se ve otra opción.

Quien se quiere suicidar, decía Schopenhauer, no es que no quiera la vida, es que la vida que está teniendo en ese momento no la quiere para sí.

¿Pero cómo es que alguien, conforme nuestro juicio, que lo tiene todo: dinero, trabajo, pareja, éxito, viajes, cultura, podría querer suicidarse? La sociedad no está siendo capaz de reconocer en qué esta poniendo su escala de valores, y sus definiciones de felicidad y plenitud están dejando a muchos de frente a un abismo. La sociedad se está auto-aniquilando. El sistema en el que fundamos nuestro sentido de ser ya no puede sostenerse.

Pensémoslo aunque nos incomode. Hablar de la muerte es hablar de la vida, es cuestionar los valores que nos dan sentido (o nos lo quitan).

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