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Mostrando entradas de noviembre, 2016

Imposibilitada tras el enojo

No se puede hacer nada con el enojo encima excepto echar pestes y malas vibras. No se puede escribir, no se puede leer,… vaya, ni siquiera se puede ver la televisión. Estar enojada es peor que tener frío y más si le agregamos indignación e impotencia. "No poder", esto atenta contra la naturaleza humana que se sostiene en la voluntad. Sí he sufrido un atentado contra mi "yo" que buscaba estar en paz y entre más intento reprimir en enojo para encontrar la paz, peor me siento. No, no sirve contar hasta diez para sentirse mejor, sólo sirve para controlar los impulsos. Ni siquiera se puede respirar con tranquilidad porque se siente como se acrecienta la molestia. Me acabo de acordar, de mi clase de psicología de bachillerato, que debajo del enojo está la frustración que según esto surge del sentir que se atenta contra la voluntad. Esto es, uno se enoja porque el ego lo tiene trepado y no hay nada peor que el "yo" se vea amenazado. Es horrible que el

No sólo los seres mueren

Aunque bien es de todos conocido que todo aquello dotado de vida e individualidad cuál célula autocontenida, dígase hombres, animales, plantas, organismos… mueren, y que sólo los hombres se enfrentan a su muerte con antelación como la más temida e ineludible de las profecías, pocos experimentan, como tal, la posibilidad. No se necesita haber estado cerca de perder la vida para tener experiencia de tal posibilidad. Es más, ni siquiera este tipo de experiencias logran arrancar a todos del "pero todavía yo no" que funciona de tabla de salvación.  Pero no sólo mueren los individuos. También mueren las relaciones, los placeres, los contextos, las ideas, los estados políticos y sociales… vaya, las situaciones sobre las que uno se experimenta como uno mismo. Somos en situación. Nos definimos por la situación en la que nos queremos encontrar, la situaciones en las que hemos estado y la situación en la que nos encontramos. Y todas ellas mueren.  Nada permanece. Nada. 

Quién puede ser con este frío

Vaya, que uno, en cualquier circunstancia es. Ni duda. Pero eso de que la regularidad con la que uno es se vea interrumpida por un voraz frío húmedo y unos desolados cielos grises por los que el sol no se atreve a asomar, nos deja con la pregunta por el "ser" en la boca. Que así no se puede, que no hay condiciones para asomarse fuera del jorongo, no hay condiciones para ser. Hace frío. Llovió toda la mañana y amenaza seguir lloviendo por la tarde. Y para los desacostumbrados a climas así, pues la cosa se pone violenta y no queda mas que hacerse ovillo y entrar en un círculo interminable de té caliente e idas al baño. Los pensamientos se estancan en las repeticiones de "tengo frío". La música alegre no empata con el clima y uno recurre a una ambientación de retiro y guarda. Uno es en latencia. Ahora vendría bien una fogata pero en las ciudades cargadas de polución no es opción. Todo se ralentiza. "Muevete", sería la orden de mi madre, "ponte a ha

Lo que vale la pena (si hay algo de pena en ello)

Cuando me desvío y me encuentro leyendo filosofía, periodismo o literatura, comparándome con cualquier tipo de autor, parece que nada de lo que hago tiene sentido porque nunca de los nuncas seré ellos. El estilo con el que arman oraciones, el análisis, la obsesión, el público, el alcance, el objetivo y todo aquello que los sostiene por debajo para que hagan lo que hacen, nada de eso es mío. Solía pensar, para darme ánimos, que Kant, nunca se dijo "Seré Kant" y se esforzó en ser el filósofo capaz de escribir una obra por años siguiendo un plan cuidadosamente trazado. Kant simplemente fue él y su esfuerzo estuvo justamente en ser él. Que haya resultado en lo que resultó, que lo veamos ahora a la distancia y nos asombremos de él, no corresponde al proyecto de Immanuel como "Kant". A lo más uno tiene el proyecto de seguir un llamado que bien puede mantenerse o verse sometido a tempestades capaces de desviarle a uno de uno mismo. El imaginarse a uno mismo sobre un

Aquí sigo

Me encuentro debajo de las cobijas con el cuello tenso sobre la almohada debatiéndome entre leer o escribir. Leer siempre hay mucho, lo difícil es escoger la lectura perfecta antes de cerrar el día. Escribir es más difícil porque depende mucho de que algo quiera salir y descubrirse. Escribir no es cuestión de elección, es la manifestación de algo que quiere ser. Empecé leyendo y aunque la lectura era buena mi cuello se tensaba como si estuviera montando a caballo o arriba de un carro de la montaña rusa. Las letras de una buena novela merecen una mejor disposición.  El cursor titila en la diminuta pantalla que sostengo mientras pienso en las horas que han dejado de ser a tiempo y vuelven seriadas a paso lento para que pueda recontarme el día. Me cuento una versión corta sobre la que extiendo un cuerpo emocional que fija la experiencia.  Hoy ha sido un día de respuestas en forma de luz sin sentencias definidas. Toda respuesta a una pregunta de la existencia no tiene el cará

La tarea más difícil

Estás ahí, en tu vida, haciendo lo que comúnmente haces y por un momento, que a veces parece eterno, te preguntas qué sentido tiene todo esto. Miras a tu alrededor y en realidad no encuentras nada distinto de ayer. El sol está ahí como siempre y así de eternos se te figuran el televisor y la silla que ocupas cuando comes; así de eternas se te antojan tus costumbres al igual que tus preocupaciones. Te detienes o algo te detiene —porque bien podrías ignorar lo que te pasa y seguir con el día así como hiciste ayer—. Podrías tomar uno de tus muchos pendientes y dedicarte a él pero no encuentras motivación alguna para moverte porque ¿qué sentido tiene todo esto? Te sacrificas, te entretienes, haces como que sabes a dónde vas o qué quieres. Te esfuerzas y también holgazaneas y en ningún caso parece que lo haces con alguna suficiencia que te deje alguna sensación de saciedad, al contrario, te cansas de ello. Te esfuerzas. ¿Para qué? Igual terminarás muriendo. La tarea más difícil es