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El respeto a la ansiedad propia

Cuando sufro de ansiedad, que es casi siempre, quisiera poder exorcizarla con algunas palabras mágicas (oraciones, mantras, invocaciones, ritos) y deshacerme de una vez y para siempre de todo mal, amén.

A estas alturas de la vida, es una necedad seguir intentando evitar la ansiedad, hacer como que no existe, tratar de aliviarla con comida, con cosas y hasta con personas. La ansiedad, debería ya saberlo, no es un ente ajeno que se apodera de mí: la ansiedad soy yo. Yo no me puedo deshacer de mí.

Cuando el malestar emerge de un configuración especial de nuestro ser, sentimos como si en realidad llegara cual visita indeseable. Llega, así lo sentimos, e invade nuestra tranquilidad, se apodera de nuestros pensamientos y todo lo convierte en una larga noche de pesadillas, laberintos y demonios tirando de nuestras tripas. Se hace difícil respirar y, sin embargo, no hay mejor atenuante que inhalar profundamente como si con ello jaláramos de regreso al sosiego.

La ansiedad sólo se presenta entre los vivos, al igual que la conciencia. Quien pueda dar cuenta de sí mismo y de sus relaciones con el mundo ha recibido también el regalito de la ansiedad. Nuestro estado anímico cambia al igual que cambian nuestra relaciones. La vida es estar montados en el oleaje y experimentar tempestades. A veces el temporal es paradisiaco y otras veces es un vórtice cuyo centro nos negamos a ver. Hay que ser muy valientes para verlo, esa es la única forma de pasar el mal tiempo sin perderse.

Toda tempestad pasa, aunque parezca que la tragedia de la destrucción total es inminente y que no habrá un mañana. Hay que esperar y procurar no lastimarnos con acciones desesperadas.

La ansiedad es una forma de sentir que estamos cambiando un poco más de prisa que lo acostumbrado. Sentimos miedo. Quisiéramos que la vida fuera A y está siendo B. Quisiéramos hacer algo para arreglar semejante estado. La ola está reventando. La energía hay que dejarla fluir, la resistencia lastima.

La ansiedad es esa forma de decirnos a nosotros mismos que no tenemos el control. Pero podemos estar presentes, atestiguar la tempestad y remontar la ola, estar en ella no contra ella y sernos siempre incondicionales a nosotros mismos aunque duela.


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