Es bastante temprano aún para decir que ésta es la última reflexión del año. De aquí a la media noche pueden pasar muchas cosas, pero voy apostar porque no será así y porque lo que resta del día pasará en santa calma y confort. Me bañaré, saldré a la calle, comeré, beberé café, buscaré películas, regresaré a casa a verlas y esperaré la entrada del 2014 (según el sistema de tiempo establecida por los hombres) con una copa de champagne, que es un símbolo de lo que se merecen las experiencias pasadas. Vine aquí a escribir porque no quiero que se me olvide lo que está pasando por mi cabeza junto con toda la sensación de importancia que siento en el cuerpo. (Desde luego que me doy cuenta de la tendencia dualista de mis comentarios que se niega a abandonar mi discurso. Favor de tomarla como un modo de expresión). Trataré de escribir lo que sucede. Seguramente me quedaré corta pues les aseguro que hay un montón de vericuetos y me espanta que lo deje todo muy simple (ya me he topado con
"A soul in tension that's learning to fly" —Pink Floyd