Estoy en la biblioteca, una ajena a lo que estudio sólo porque me da más facilidades funcionales. He salido de clase y mi pensamiento gira en torno al lenguaje como inseparable de la razón. Sentada sin ostentación posible del inmueble me proporciono un pequeño lujo: música sólo para mis oídos. De modo, me digo, que aquí -hoy- me puedo considerar como una observadora que piensa y se narra a sí misma fragmentos de historias posibles, sólo posibles porque mis ojos saltan de objeto en objeto y, como observadora, me encuentro a la distancia, completamente desvinculada de ellos. ¿Por qué el pensar, pensarlo, pensarte, me separa de lo otro por vía ontológica y me une por vía epistemológica? Separo mi ser al pensar un algo específico para reintegrarlo en mí como conocimiento. ¡Qué locura! Y en ese saltar mis ojos se posan en una mosca que, patas arriba, yace desposeída de un devenir del que pueda dar cuenta. La mosca y yo, tan distintas la una de la otra excepto porque compartimo
"A soul in tension that's learning to fly" —Pink Floyd