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Residuos humanos

Nadie sabe cuándo puede acabar en la basura. En esta cultura de mercado, de consumo y de marketing, lo que menos importa es el ser (el ser como la forma de vivir la vida propia) y lo que importa más: el conformismo, el adecuarse y dibujarse con líneas que den la apariencia del grupo al que se quiere pertenecer (siempre apuntando al wanna be).

Conformados en un grupo, el que sea, ya uno no es alguien sino sólo un número, un cuerpo que ocupa hoy un lugar y que de faltar, hay más que reservas de cuerpos que ocupen las vacantes etiquetadas con los más variados nombres que nos hacen cerrar los ojos a lo que en realidad son: residuos humanos.

Si todos esos cuerpos esperan a que alguien o algo los rescate de su calidad residual, bien se pueden quedar esperando. El rescate comienza con la reconstitución de ser y del ser sólo puede dar cuenta el ser mismo.

El ser no puede ser nombrado, por ello no puede ser un inventario de acciones y posiciones, mucho menos de posesiones; el ser no es una cosa, no es un cuerpo moldeable por más que se perfume y vista acorde con el lugar donde le tocó estar; de los cuerpos se pide que hagan actos camaleónicos para perderse así mismos y lograr así sobrevivir (como residuos humanos).

El ser ES y quiere seguir siendo lo que ES, su voz es invaluable (su voz propia). Su valía comienza con el amor por sí mismo, con el amor por lo que se ES. Como sociedad agonizante (ve a tu alrededor) lo que menos quieres es acallar las voces, cerrar los ojos a lo diferente. La renovación viene con el romper con lo viejo, con terminar de una vez por todas con el miedo al cambio. Atreverse a ser y responsablilizarse con su propio proyecto es, en lo personal, vivir la propia vida; es, en lo social, inyectar con aliento de vida a la masa agonizante.

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