Estaba en clase, del lado izquierdo una mujer, del lado derecho un hombre. El hombre, el profesor. La mujer, una aspirante a escritora, como yo. Los dos, mis reflejos. Los dos sacándome de quicio mostrando mi dualidad, mis rincones oscuros. La derecha mi inseguridad, mi incongruencia, mis deseos de que me vean aún cuando mantenga un bajo perfil. La izquierda la falsa creencia de que los demás no saben nada, de que por su cabeza no pasa un pensamiento por más de un minuto, también otra forma de inseguridad y deseos de ser vista pero a través del exhibicionismo. Lo cuento como quien cuenta una anécdota y a cambio recibo la confirmación de lo dicho resumido en una sola palabra: Soberbia. ¿Qué diablos es la soberbia? Dice por ahí que es vanidad, altivez, arrogancia. Yo me digo que no soy vanidosa, tal vez a veces altiva pero nunca arrogante. Eso digo yo. Luego leo que a la soberbia se la concreta con el deseo de ser preferido a otros, basándose en la satisfacción de la propia vanidad. Aquí